Es un ferrocarrilero con 97 años en hombros y mirada antes castaña vívida, ahora de un celeste pálido rasgado por las nubes
“No hijo, un Dorado de Pancho Villa no se raja”…
— No don Miguelito, cerró en más de $19 —
“No hijo, en $18.30. Pues con este loco que puede ganar, dicen que el dólar va a llegar hasta más de $24, pero hoy fue poquito arriba de $18”.
Yo estaba equivocado en el cierre de la paridad cambiaria.
Son los días previos a la elección presidencial de Estados Unidos y la moneda mexicana empezaba a sufrir pues aunque las encuestas lo negaban, era una posibilidad latente: Para muchos, la Era Trump — sentenciada por la voluntad de los estadounidenses, pero lamentada por todas latitudes — amenazaba el orden mundial.
La web sigue inundada por vaticinios sobre el mundo entrando a un nuevo Oscurantismo, vaya, lo ya superado por la humanidad hace más de 500 años, pero en una “segunda temporada”, dirían en el nuevo lenguaje universal acaparado por las productoras.
Odio, racismo, egoísmo, fanatismo; el bienestar individual ante el colectivo se impusieron. El mundo perdió gran parte de su humanidad el pasado 8 de noviembre, dicen, y el discurso de Donald Trump se replica ya en procesos electorales en otras naciones “avanzadas”.
Don Miguel está en su santuario construido a lo largo de 97 años en hombros en Monterrey, Nuevo León, a menos de 200 kilómetros de la frontera con Estados Unidos. Lúcido como pocos, su voz es fuerte, fluida y articulada cuando emocionado empieza a comentar la jornada política y económica monitoreada en los medios de comunicación.
Los 19 nietos algunas veces preguntamos por su renuencia a viajar. Quizá sus pies recorrieron mucho antes de ser familia. Tras morir su madre, a los 13 años emprendió a vivir en los caminos; lo primero fue andar por la vía del ferrocarril desde Ciudad Victoria hasta el puerto de Tampico; fueron días de refugio al sol y noches bajo estrellas. Entonces se podía transitar Tamaulipas de esa forma, eran otros tiempos, otros peligros. Pablo, Guadalupe y Luisa — sus hermanos — tomaron otros caminos de vida. Los Reséndez Mancha (Reséndez y Mancha, diría Pablo) nunca volvieron a estar juntos luego de 1933.
Así fue de casa en casa, de calle en calle. Quedarse en Estados Unidos nunca fue una opción pese a vivir en la frontera un tiempo, pues muy pronto se dijo a sí mismo que allá no encontraría hogar. Ya en familia en tierras regias ha hecho de la lectura su afán preferido; lee todo lo que llega a sus manos, desde El Libro Vaquero hasta artículos de ciencia y medicina. Novelas y la vida cotidiana impresa en los periódicos.
Monitorea todos los noticieros en la televisión y radio, pero no lo he escuchado idolatrar a periodista o comunicador alguno; critica y respeta a todos por igual, contrasta y evalúa todos los contenidos. De política ni hablar. Mejor dicho: de partidos políticos ni hablar.
Vuelvo la tarde del 14 de noviembre del 2016 y en nuestra charla de nuevo me da su resumen informativo de donde obtengo tips para que en la redacción los editores confirmen, alimenten y prioricen el portal en tiempo real. Algunos de los temas ni siquiera habían sido advertidos por los periodistas del turno y pronto se ubican como textos de mayor éxito entre nuestros lectores en web.
Al menos por hoy no se ve tan lejos llegar al centenario de vida en el 2020, pero en el México de estos días — y más en el Noreste del País — desde hace una década cualquier cosa puede suceder pues la vida se abarató increíblemente, así como el poder adquisitivo se ha ido entre los dedos.
Su figura — estos días de 1.70 metros, fuerte y erguida — reposa cómodamente en el sillón y sin prisas pone todo su entusiasmo cuando exige réplica a su análisis de la política local: Ahora que la Ley alcanza a los gobernadores mexicanos señalados por la corrupción con los Duarte y los Padrés ¿Y Rodrigo Medina, de Nuevo León?, ¿y los Moreira en Coahuila?
Doy opiniones y mientras hablo se reclina un poco hacia donde estoy sentado. Los ojos analizan mis reacciones. Esos ojos ahora de un celeste muy pálido e interrumpido, como cielo rasgado por las nubes, alguna vez fueron de un castaño vívido y han atestiguado el despertar tecnológico del mundo. Juega un poco a ver, pues uno de ellos perdió capacidad hace algunos años y el otro hace su mayor esfuerzo, pero trabaja a medias.
Sólo los años me han hecho comprender que su mirada es total y en eso nada tiene qué ver la biología o la química. Hoy me lo vuelve al recodar: escucha y amorosamente intercambia opiniones. Ni siquiera cuando caigo en errores, como en la cotización del dólar, hay un gesto de superioridad, burla o impaciencia.
Algo de café y un poco de pan para ambos; su pulso apenas es ligeramente inestable, se percibe sólo al detalle. Doña Chayito, su esposa desde 1942, nos acompaña alegre en la mesa. Hoy es su 74 aniversario de bodas.
Su nivel confrontativo no está muy lejos con respecto a políticos con quienes constantemente intercambio opiniones sobre lo publicado tanto en el periódico como en nuestras plataformas digitales. La diferencia es que ellos — siempre inconformes — buscan influir en la línea editorial para el impreso de mañana y preocupados por el impacto de las redes sociales.
En cambio don Miguel busca la verdad tras los hechos, analizando los distintos matices para cada una de las partes. Vio nacer la televisión y nunca ha usado un celular. Conserva su número telefónico fijo dese hace más de 40 años… entre sus 7 hijos, 19 nietos y 19 bisnietos seguramente es de los pocos números que recordamos aunque algunas veces para proporcionar el propio del celular tengamos que consultar el aparato. Seguramente lo mismo pasará con sus dos tataranietos en unos años.
Insiste en hablar de la corrupción y el futuro político; del “nuevo” Estados Unidos, el decidido en las urnas por gran parte de sus ciudadanos, que nos tiene en alerta máxima. Trump sólo es la cara de millones.
LAS GARRAS
— Con Trump van a aumentar el dólar y las tasas de interés, dicen. Habrá desempleo, o sea estamos en la garras de Estados Unidos, como siempre –.
“Pues ese es el problema: La gente gasta siempre mucho más de lo que gana; piden prestado al banco y luego no quieren pagar… y así está cabrón. Debemos vivir de acuerdo a lo que cada quien gana”, sentencia don Miguelito.
Salir con vida de mortales garras es algo de lo que él puede platicar:
Una fresca tarde de 1950, en el circo recién llegado a Ciudad Victoria, paseaba con sus tres hijas, Rosario (3 años) — mi madre —, Yolanda (6 años) y Gloria (un año). Se acercan a la jaula de los osos, pero uno de los animales estaba fuera de las rejas, encadenado a una estaca en el suelo, cuando una pareja se descuida y su hijo, de unos seis años, se acerca imprudente.
Repentinamente el oso toma al niño entre sus patas y todo mundo corre para alejarse. De inmediato don Miguelito da unos pasos, logra sujetar al niño y forcejea durante fracciones de segundo con el animal, hasta que el niño queda libre.
Caos general, todos gritaban pidiendo auxilio. Ahora suponemos que quizá el animal no tenía sus garras y colmillos completos.
En ese tiempo don Miguel era un hombre de 1.85 metros de estatura y con más de 90 kilos de músculo forjado entre los vagones del ferrocarril, donde comenzó a trabajar desde 1942, pero nada puede explicar que haya sido un juego de fuerza solamente lo que hizo al oso soltar al niño.
— “Abue”, ¿pero no tenías miedo que el oso te mordiera o agarrara a ti también? —
“Pues sí hijo, pero un Dorado de Pancho Villa no se raja”. Ríe.
La madre no cabía en el agradecimiento y las personas que habían presenciado gritaban de admiración. En mis casi 49 años de vida es mi tía o mi abuela quienes cuentan esta historia, acaso un par de veces don Miguelito ha aceptado hablar escuetamente de eso, sin darle importancia y apresurando al máximo las palabras.
Si hoy quien fuera el niño atrapado por el oso o su familia recuerdan este pasaje, sepan que quien lo liberó aún vive cada día como si fuera el último.
En la mesa con don Miguel toca hablar de la Era Trump. La devastación, anticipan muchos analistas.
“Pues todos los políticos empiecen con dejar de robar… de todos los partidos, en todos lados”, reclama este “Dorado”.
EL HURACÁN
Pues sí, viene una endemoniada tormenta con Trump, como todos dicen, se lamenta don Miguel. ¡Y vaya que tiene autoridad en eso de tormentas! Es un sobreviviente del Huracán “Hilda”, que devastó Tampico y Ciudad Madero la madrugada del 19 de septiembre de 1955:
Eran casi las tres de la madrugada cuando las láminas del techo salieron volando y la casa de madera queda a punto de desprenderse. Horas antes, durante el día, todos los vecinos se habían ido a los refugios. Don Miguel pagaría con creces el haber confiado que la casa resistiría los embates del ciclón, contra el que luchaban él y doña Chayito para que no se llevara por los aires a ninguno de sus cinco hijos (Yolanda, de 11 años; Rosario –mi madre—de 8; Gloria, de 5; Emilio de 3, y Benita, de menos de un año).
“Imagínate: Nos habían dicho que con sólo abrir las dos puertas de la casa — la de enfrente y la de atrás — el aire del ciclón pasaría solamente, entraba y salía sin hacernos daño… Jajaja”, dice doña Chayito divertida.
Miguelito toma entre sus brazos a Yolanda y Rosario y sale a las calles en donde todo volaba mortalmente: láminas, maderas, herramientas, animales, personas. Un vecino es decapitado por lo que fuera el techo de una casa.
Así, a ras de suelo y milagrosamente avanzan unos 100 metros hasta llegar a un refugio momentáneo. Regresa a casa por doña Chayito, quien en brazos tenía a los dos más pequeños y Gloria se aferraba a su cuerpo. Justo entonces llega suplicante, llorando desesperado “El Centavo”.
Era el vecino de la casa de junto, un hombre de 1.50 metros de estatura, con unos 50 kilos en su flaca estructura. Su esposa Brígida, una mujer más alta que él y a punto de a dar a luz, sus tres hijos, pequeños todos, la suegra y una cuñada, estaban atrapados y le era imposible ayudarlos. Apenas podía evitar que las ráfagas de 250 km/h lo llevaran a él mismo por los aires.
Don Miguelito, sin pensarlo, hace el doble rescate: su familia y quienes no lo eran. Sólo la fe puede explicar cómo en las calles nadie fue alcanzado fatalmente por algún proyectil. Dos veces lo hizo, dos veces se repitió el milagro.
“Nunca he vuelto a ver algo parecido. El cielo era aterrador. Veíamos pasar láminas, maderas, cosas de las casa, incluso algunos animales, perros, gatos. Todo arriba, en el cielo se movía de una forma espantosa. El cielo de ponía todo rojo y todo se movía allá arriba”, recuerda mi madre de esa noche.
Cada que le pregunto por “El Centavo”, don Miguelito sonríe un poco: “Es que estaba bien flaco”.
— Pero abuelito, era muy peligroso… ¿Por qué se aventó a llevar también a la familia del vecino? —
“Un Dorado de Pancho Villa no se raja, hijo”, dice alegre.
El rescate sólo está en la memoria de quienes esa madrugada vieron al cielo caer en pedazos; ningún medio de comunicación lo reprodujo, como seguramente muchas historias heroicas de esos días quedaron bajo los escombros. Si “El Centavo” o su familia aún lo recuerda, sepan que el hombre que los salvó aún vive cada día como si fuera el último.
Doña Chayito tiene una acotación particular de esos momentos: “La casa donde nos habíamos refugiado también salió volando, pero nosotros corrimos en sentido contrario a donde deberíamos haber ido y terminamos, toda la familia, protegidos por una pared pequeña, fue obra de Dios. Unas dos horas después, cuando el ciclón pasó, aunque seguía el viento muy muy fuerte, corrimos y fuimos a dar a los vagones del ferrocarril, a donde debimos ir desde el principio. Ya estaban allí muchas familias refugiadas”.
“Cuando entramos, lo primero que vimos fue a ‘El Centavo’ y su familia… ahí estaban y no habían dicho que faltábamos nosotros y donde estábamos para que fueran a ayudarnos. Yo no le dije nada, pero ganas no me faltaban… tampoco Miguel le reclamó”.
Mi abuelo no guarda rencor o al menos nunca lo ha manifestado.
Algunos dicen que 12 mil murieron en el paso de “Hilda” por nuestro país, y que más de 45 mil quedaron damnificados. Don Miguelito, doña Chayito y sus cinco hijos fueron una de esas familias que quedaron sin nada y emigraron. Llegan a Monterrey, a los barrios bravos.
CRUCE DE LA MUERTE
Regresarán muchos de los paisanos y no habrá trabajo para ellos. De entrada dice Trump que deportará a 3 millones latinos, a quienes de golpe les es arrebatado el presente y el futuro.
Don Miguelito forma parte de los ferrocarrileros jubilados en los 70s, quienes aún luchan por el despojo de sus pensiones que hicieron las diferentes autoridades, coludidas.
“Al final se quedaron con un fondo de muchos millones de pesos que eran de nosotros, se lo robaron. Desde líderes ferrocarrileros hasta la gente del Gobierno Federal y diputados y senadores; muchos intervinieron pero para quedarse con tajada”.
“De los 20 mil jubilados a los que nos robaron nuestro dinero, ya quedamos nada más cuando mucho 5 mil… todos se han ido muriendo y sólo vemos apelaciones, juicios y promesas, pero al final siguen sin darnos lo que nos corresponde”.
Muchos años antes de Trump, dice, esa mafia mexicana ya les había arrebatado el futuro ganado con sudor.
— Don Miguelito, creo que ya se los ‘transearon’, nunca les van a dar ese dinero. ¿A poco sigue esperando? —
“Es que un Dorado de Pancho Villa no se raja”.
Si algún organismo defensor de los derechos laborales lee, si alguna autoridad de las involucradas en el caso de los ferrocarrileros jubilados en los 70s lee, sepa que uno de ellos, acariciando sus 100, aún vive cada día como si fuera el último, y si pudiera les diría en su cara: “Pinches rateros”.
Es el ocaso y quedan muchos temas pendientes. Don Miguelito, inquieto, quiere abordar la sucesión presidencial del 2018, pero yo apuro para cumplir otros compromisos. Esperará a que regrese habiendo analizado estos días oscuros de Trump y sus promesas ahora convertidas en plan de acción.
Quienes comparten con este “Dorado” el pan y la sal saben que a su mesa cualquiera puede llegar, pero encontrarán dulce y amargo, ácido. Caliente y frío en abundancia y principalmente en generosa austeridad. El condimento de la vida, pues. ¡Allá de aquellos que no lo entiendan, no lo acepten! No basta siempre tener la razón, no siempre es suficiente tener la razón. Es la vida, sólo eso.
“Dicen que los años dejan cicatrices..”, entona Carlos Varela en su canción “Tarde Gris”.
Una aclaración: Este “Dorado” en realidad nunca tuvo que ver con algún movimiento o actividad armada. Sus memorias son de la época posrevolucionaria (nació el 3 de febrero de 1920, cuando se consumaba la Revolución Mexicana) y son vagos. En su vida nunca se ligó a acto subversivo alguno y ni siquiera ha empuñado un arma. Eso sí, gusta de ver las películas y leer sobre el tema.
Mi abuelo ha vestido siempre con gallarda sencillez. Nunca adornos, siempre firme. Sus estándares y valores inflexibles, filias y fobias, siempre han sido; sus excesos no son del tiempo. Pocos de quienes lo alcanzarán en el calendario podrán decir eso.
Nunca ha sido el “bonachón y amoroso”. Es amable, sobriamente cariñoso y no regatea las muestras de afecto en los momentos necesarios para cada uno de los suyos.
Sin falsos activismos o filantropías, ni siquiera de participación comunitaria. Siempre primero en casa, con los suyos tratar de ser mejor. Se empieza con uno mismo a ser mejor persona, si no tienes eso, cambiar al mundo resulta estéril.
Ese es un buen inicio para afrontar los tiempos de Trump, insiste. Nunca ha pretendido educar con la palabra, lo suyo es el ejemplo.
Soy un nieto ni siquiera medianamente bueno en cuanto a lo que yo quisiera, pero no hay reclamos. La vida cobrará lo que tenga que cobrar.
Me despido: “Abuelita ¿don Miguelito todavía se sale a la calle para ir caminando por el mandado (la tienda está a un kilómetro de distancia y tiene que atravesar una muy transitada y peligrosa avenida de cuatro carriles)?”.
“Sí hijito, ya conoces a este hombre de Dios… nada más mortificando”, responde con resignación y una leve sonrisa.
En realidad ese acto tan sencillo para él es casi tan peligroso como para los migrantes cruzar el Río Bravo, con un Trump enfurecido alentando a los rancheros texanos que desde hace años se han dedicado a cazar ilegales.
Pero don Miguel sabe de vivir un día a la vez, un cruce a la vez. Cada día es como si fuera el último desde hace 20 años, cuando le dieron el diagnóstico: CA prostático.
Le doy un beso a doña Chayito y vuelvo con mi abuelo para despedirme.
“Es que un Dorado de Pancho Villa no se raja”.