Manolo Jiménez y Jorge Zermeño recibieron sus ciudades en condiciones diametralmente opuestas. Saltillo siempre ha tenido de su lado al Gobierno del Estado. Los laguneros atribuyen el rezago de sus comunidades a esa preferencia. Humberto Moreira se volcó con la capital e invirtió parte de la deuda en infraestructura y equipamiento urbano. Incluso cuando fue gobernada por un alcalde del PRI (Jericó Abramo) incómodo para Rubén Moreira, y por uno del PAN todavía más molesto (Isidro López), la ciudad mantuvo su ritmo de crecimiento y figuró entre las mejores del país para arraigarse e invertir.
La metrópoli lagunera, en cambio, resultó severamente castigada los 12 años del moreirato; primero, por haber llevado a la alcaldía a José Ángel Pérez (PAN). Sin embargo, cuando el PRI recuperó el municipio, las inversiones y el respaldo financiero prometidos a Eduardo Olmos y Miguel Riquelme tampoco llegaron. «La consigna es acabar con Torreón», dijo un funcionario cercano a los Moreira. No lo consiguieron, pero sí le infligieron castigos de los cuales aún no se recupera del todo. El principal fue convertirla en una de las ciudades más peligrosas del mundo; el segundo, haberla dividido y cambiado su imagen moderna y progresista por la de rancho grande.
La inseguridad y la pésima calidad de los servicios -calles llenas de baches, donde aún había pavimento, e inundaciones en época de lluvias-, aunadas a desatención del Estado y la Federación, alejaron a los inversionistas nacionales y extranjeros, dispararon el desempleo y provocaron el cierre de negocios y la emigración de jóvenes. Solo algunos ganaron. Los cortesanos y los socios del poder: políticos, líderes de organismos empresariales, contratistas. ¿Y el espíritu que hacía salir de casa a legiones de laguneros para protestar por la inseguridad, la corrupción y la impunidad? Una parte se desahoga en las tribunas del estadio del Santos, pero otra empieza a renacer entre la sociedad civil representada por Participación Ciudadana 29, Observatorio de La Laguna y otras ONG.
Haber recibido una ciudad posicionada entre las mejores del país representa una ventaja para Manolo Jiménez, pero también un desafío, pues no solo deberá mantenerla en ese nivel, sino elevarlo. Además, su apuesta por Miguel Riquelme, cuando la candidatura del PRI aún no se decidía, y su apoyo para enfrentar al panista lagunero Guillermo Anaya (sin el voto de Saltillo, el PRI habría perdido la gubernatura), le han generado altos dividendos políticos (boleto para la sucesión de 2023) y presupuestarios para dotar a la ciudad de nueva infraestructura y mejorar la seguridad. Riquelme -dicho por él- se siente en Saltillo como en su casa y cada vez pasa menos tiempo en Torreón.
En 1997, Zermeño tomó una ciudad en ruinas, abandonada por la capital y en crisis por la incuria y el despilfarro del Gobierno municipal precedente; el Simas también había sido saqueado. En condiciones análogas la recibió en 2018. Y al igual que hace 22 años, cuando asumió el cargo por primera vez, la metrópoli lagunera empieza a mostrar un nuevo rostro. El Centro de Inteligencia elevó la seguridad a otro nivel y, junto con la confianza, empresas de México y otros países han regresado a Torreón. La actitud de Riquelme hacia la ciudad no es revanchista ni hostil como la de los Moreira, lo cual también ayuda.