+ Son 11 años ya. Dicen que desaparecieron 300, que el silencio fue la única forma de aferrarse a la vida, de no ser arrancado de todo registro, pero no de la conciencia y el corazón.
+ Ahora todo ha cambiado. Esa amenaza colectiva fue desterrada de Coahuila. Esas familias rotas siguen adelante, tratando de reinventarse cada día. En cambio otras ni rastro dejaron de su paso por esta vida.
+ Los días de hoy son de amenaza mortal, pero por el Covid. Aquí un reportaje sobre la masacre de los 300 en el pueblo coahuilense de Allende.
EL SACERDOTE QUE PAGÓ CON SANGRE
Allende, Coah.- Miles de testigos corrieron, se escondieron, cerraron las puertas de sus casas. Mientras, en las calles durante tres días del 2011 se cometía una de las masacres más grandes, sangrientas e impunes del México de hoy. Todos callaron en Allende, Coahuila. El sacerdote Gerardo Elizondo Mejía fue uno de ellos… y lo pagó con sangre.
«Todos fuimos cómplices», declara el cura a PorsiAcasoMx, la primera vez que habla con la prensa.
En estos días (junio de 2017, cuando se realizó la entrevista) es uno de los sacerdotes en la Parroquia San Juan de Mata, pero en marzo de hace once años terminaba estudios en el Seminario de Monterrey, cuando repentinamente recibió una llamada telefónica en la que sus padres le informaban la desaparición de su hermano Everardo.
Sufriría las noches más negras de su vida: “Era viernes por la noche (el 18 de marzo del 2011) y me hablan mis padres para decirme que Everardo había desaparecido y que había mucha actividad criminal, que se hablaba de muchos levantones y muchos hombres armados en camionetas por todo el pueblo.
“Pido permiso en el Seminario y llego al pueblo… lo único que pudimos hacer ante tanta violencia fue encerrarnos en nuestras casas mientras afuera se escuchaba de todo: Gritos, detonaciones de armas, granadas, de todo. Tenemos nuestra casa de siempre aquí a un par de cuadras de la plaza principal y de la iglesia, ahí cerramos el portón y ventanas, todo. No podíamos hacer otra cosa.
“¿Te imaginas? Encerrado con más miedo que nunca, escuchando que afuera matan a gente que conoces, a familias, a niños. Escuchando las balaceras, las granadas. Sabiendo que tu hermano estaba en algún lugar ahí afuera, sin poder salir siquiera a buscarlo”, recuerda el cura.
La entrevista que hoy se publica fue realizada el 21 de junio del 2017, cuando el padre Gerardo me recibió en las oficinas de la parroquia, donde desde hace cinco años ofrece sus servicios.
“Nunca antes había hablado con la prensa sobre esto. Me anduvo buscando Ginger Thompson, la reportera, para entrevistarme para el reportaje que acaba de publicar, pero la verdad no coincidimos y yo tampoco quería hablar con nadie, no era el momento”, señala.
El cura se refiere a la publicación “Anatomía de una Masacre”, del 12 de junio del 2017, que revela que una fuga de información de agentes de la DEA provocó la matanza en la que se habla de más de 300 víctimas, aunque oficialmente las autoridades mexicanas sólo reconocían a 28, hasta el 2019, cuando el nuevo Gobierno vino a Coahuila a realizar una ceremonia en la que autoridades de todos los órdenes pidieron perdón a las víctimas y sus familiares.
Para el sacerdote, fueron noches que nunca podrá olvidar. Noches de muerte, dolor, sufrimiento y terror extremo. Noches en que todo un pueblo (Allende cuenta con más de 23 mil habitantes) fue secuestrado por comandos de Los Zetas, quienes se apoderaron de las calles ante el temor de todos. Lo único que la gente pudo hacer fue refugiarse en el silencio.
Lo que me tocó ver es algo que no podré olvidar: había casas destruidas, gente saliendo de ahí con muebles y pertenencias, se las robaban. No me platicaron, me tocó verlo.
Afuera, a quienes secuestraban y ejecutaban eran familias conocidas por todos. Frente a la plaza principal, frente a la Policía, frente a la iglesia.
“A Everardo (su hermano) salí a buscarlo hasta la mañana del domingo y lo que vi… lo que me tocó ver es algo que no podré olvidar: había casas destruidas, gente saliendo de ahí con muebles y pertenencias, se las robaban. No me platicaron, me tocó verlo.
“Era gente de bajos recursos, que los utilizaron. Sentí tristeza de ver cómo un grupo (Los Zetas) se aprovecha de la necesidad de otros para utilizarlos (a los pobres para la rapiña)”.
Everardo fue uno de los primeros desaparecidos ese fin de semana de hace ocho años, pero hasta el día de hoy no les han confirmado el hallazgo de sus restos, ni siquiera su muerte.
Dos jóvenes habían traicionado a Los Zetas revelando información clave a la DEA, de donde presuntamente se fugó a las autoridades mexicanas y de ahí a los líderes del cártel, quienes ordenaron como venganza asesinar a todo aquel familiar o amigo de los dos delatores.
Reportes de testigos e investigaciones periodísticas señalan que en Allende, población ubicada a 50 kilómetros de la frontera con Texas, fueron más de 300 las víctimas, mientras en Piedras Negras, un municipio de la misma zona, hubo otros 100 desaparecidos. Posteriormente se ha difundido que muchas de esas víctimas fueron llevadas –unas aún con vida– al penal de Piedras Negras, donde fueron “cocinados” y desaparecidos sus restos.
¿Cuántos desaparecieron en Allende? ¿Sólo 28?
“En Allende 30 personas no son, de eso estoy completamente seguro. Exactamente (no sé) cuántos… pero más cercano a 300. Es lo que siempre se ha dicho, son mucho más gentes (de lo que la autoridad dice)”, enfatiza el padre Gerardo.
Pero nadie denunció, ni siquiera por internet ni en redes sociales. Usted cómo sacerdote, ¿cómo puede manejar eso, cómo pudo conciliar eso?
“Tomado de la mano de Dios. Mi esperanza en Dios es lo único que me ha mantenido y estoy seguro que es la esperanza que todos tenemos a final de cuentas, y que no ha muerto en los corazones de nadie. Es lo que nos ha mantenido, nos ha dado la fuerza para seguir adelante.
¿Tiene pesadillas sobre esto?
“No. Llegué a tener sueños, no pesadillas, pero sí sueños un poco intranquilos digámoslo así, pero no al grado de una pesadilla. Pero sí duele todo el tiempo, sobre todo cuando se recuerda a los seres queridos.
“Cada año en esa fecha hay una celebración eucarística, una misa aquí y en el monumento que se levantó. Yo no he ido los últimos dos años”.
A Everardo lo recuerdan todo el tiempo, pero cuando se llega esa fecha ¿es distinto?
“Sí es distinto, porque se recuerda ese acontecimiento desde el cual no lo hemos vuelto a ver. En la perspectiva siempre la fe, es decir, la esperanza es la última que muere, para mí siempre la esperanza es la última que muere, y mientras no haya una certeza que demuestre lo contrario, certeza en todos los ámbitos, no un papel que te diga o un testimonio que bien pudo haber sido coaccionado, certeza. Hasta entonces yo voy a decir: Mi hermano ya no está con nosotros”.
¿Como religioso, como Iglesia, le fallaron a la gente por quedarse callados?
“Tristemente hay mucha gente involucrada de una manera negativa y me llamaba la atención el testimonio de una persona que decía: Aquí el problema viene siendo a final de cuentas, no que una persona haya callado, sino que todos callamos.
Todos fuimos cómplices porque no hicimos nada”.
¿Usted se incluye?
“Me incluyo. Porque no tuvimos, ninguno, no tuvimos el valor suficiente para decir ‘Ya basta’”.
Yo no creo que (Felipe Calderón) sea asesino. Se me quedaron muy grabadas unas palabras que él dijo en una ocasión: Alguien tenía que hacerle frente a lo que se estaba viviendo y que no se hacía nada. Ante lo cual todos estábamos haciéndonos de la vista gorda.
Pero usted lo pagó con sangre…
“Sí, mi familia pagó”.
Meses después de esta entrevista, se supo que ese trágico fin de semana de marzo del 2011 las autoridades registraron más de 1,400 llamadas de auxilio de esa zona, pero no fueron atendidas.
¿Cuándo se normalizó la vida en Allende?
“Pasaron muchos meses, hubo muchos meses de intranquilidad hasta que entró La Marina ya bajo el mando del presidente Calderón. No sé si para taparle… como dicen: ‘Muerto el niño a tapar el pozo’. Pero llegaron y se tranquilizó la situación, aunque había… fue hasta hace tres años y medio cuando ya se normalizó, se comienza a normalizar la vida”.
A Felipe Calderón le ha gritado «asesino» por su guerra contra el narco. ¿Para usted es responsable de casos como el de Allende?
“Yo no creo que sea asesino. Se me quedaron muy grabadas unas palabras que él dijo en una ocasión: Alguien tenía que hacerle frente a lo que se estaba viviendo y que no se hacía nada. Ante lo cual todos estábamos haciéndonos de la vista gorda.
“Yo lo hice… hubo sus consecuencias ciertamente. No quería esas consecuencias definitivamente, claro que no. En aquel momento alguien tenía que hacerlo (frente al narco)”.
¿Cómo fue la primera misa que usted ofició aquí en la parroquia hace cuatro años?
“Llena de mucha esperanza. Esa primera misa fue para mí tener presente… es tan especial para uno, que tiene presente a todos su seres queridos en ese momento”.
¿Allende ya olvidó esa tragedia?
“Nunca vamos a olvidarla. Es como una separación. Lo que yo les digo en los funerales: La pérdida de un ser querido nunca se supera, se aprende a vivir con esa situación.
“Allende ha crecido en ese ámbito porque no ha olvidado lo que ha pasado, nunca lo va a olvidar, pero ha aprendido a vivir”.