Solamente aquellos que no han padecido los efectos de una alta inflación en la economía no valoran la importancia de tenerla bajo control.
Este tipo de inflación es un fantasma espeluznante que deambula, se mete en nuestros bolsillos, corroe el valor de nuestro dinero, erosiona nuestro poder adquisitivo y desquicia nuestras vidas.
Pero como dicen por ahí, “hasta en los perros hay razas”: No todas las inflaciones son iguales.
Una hiperinflación como la que azotó a Alemania después de la Segunda Guerra Mundial o como la que padece actualmente Venezuela, por supuesto que son muy nocivas. Cada minuto que pasa el dinero pierde valor y su función de medio de cambio.
El desempleo, la pobreza y la devaluación son algunas de sus consecuencias.
Sin embargo, una inflación manejable, de un dígito y que ronde el objetivo del banco central, no sólo no es negativa, sino es deseable.
Una inflación baja es el residuo natural de una economía en crecimiento. Cuando la demanda crece, la oferta no se ajusta inmediatamente y ese retraso crea un incremento friccional en los precios.
Además, la inflación actúa como un impuesto a la informalidad y a la ilegalidad imposible de evadir. Quienes realizan estas actividades no pagan los impuestos formales, pero al no poder ingresar su efectivo al sistema financiero, dejan de recibir el rendimiento vía tasa de interés que compensa la erosión inflacionaria.
La inflación es generada, básicamente, por un exceso de circulante en la economía comparado con el crecimiento económico. Quien tiene el monopolio de la impresión de dinero es el Estado.
Los bancos centrales en general gozan de cierto nivel de autonomía, pero no dejan de ser un ente estatal.
Por lo tanto, cuando el banco central incrementa la oferta monetaria más allá de lo respaldado por la actividad económica, está generando un “impuesto inflacionario” pagadero por los tenedores de efectivo.
Una forma muy eficiente de cobrar contribuciones sin ir al Congreso ni afectar a los capitales legalmente invertidos, los que recibirán una tasa nominal de interés superior.
Recibimos con beneplácito la noticia para 2019 del segundo nivel de inflación más bajo del que se tiene registro en nuestro país.
Bien por el Banco Central y bien por México. Sigamos empujando por atraer inversiones y activar la economía sin miedo al incremento de los precios.
Al fin de cuentas lo único peor a una alta inflación, es una reducción generalizada de los precios, conocida como deflación.
Ese sí es un cáncer terrible de difícil erradicación, que pospone indefinidamente el consumo y asfixia las economías.
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