EL MUNDO SEGÚN WONG

EL DINOSAURIO QUE NUNCA QUISO VOLVER A ESCRIBIR (II)

+ El costo de ser leal: Ricardo Wong

+ Don Óscar, siempre don Óscar: José Mena

+ Al pinche ‘Chino’ hay que vivirlo: David García

Óscar Octavio Wong Chávez

Saltillo, Coah.- «¡Qué chingados!, eso es puro ped… yo me lo echaba a la boca y hacía buches con él», dice retador Óscar Wong Chávez con su incompleta sonrisa al negar la grave toxicidad del mercurio en su organismo.

Dentro del periodismo de Coahuila es toda una institución, y eso va más allá de las odiosas discusiones “profundas” con las que los periodistas suelen generalmente descalificarse unos a otros por puro deporte, reflejo básico pues. Lo es simplemente por hacer participado en la fundación de más de cinco medios de comunicación, de haber trabajado con cuatro gobernadores y de ser parte importante en la formación profesional y personal de aquellos que en su momento han dirigido las Redacciones más importantes en el estado desde la década de los 70’s.

Lo es por documentar y estar presente en hechos, acontecimientos, transformaciones y acciones que han escrito la historia de las últimas cinco décadas, del Coahuila como se le conoce al día de hoy.

Quienes lo aprecian y quienes no, incluso para los muchos o pocos que no toleran la coincidencia de tiempo y espacio con él, están de acuerdo en algo: es todo un personaje.

Y es que dicen que para este periodista en retiro –como insiste él en catalogarse– no existe más verdad y realidad que la suya, y así juzga, evalúa y trata a todo aquel que lo rodea, con lapidarios e innegociables conceptos que él convierte en acción. Es decir, ese es el mundo, el mundo según Wong. Uno en el que él muestra extraordinarias, invaluables y únicas muestras de amor fraternal, pero también algunas veces da cara de lo irreconciliable, impermisible, imperdonable.

De acuerdo a sus seres queridos, las singularidades de este dinosaurio que se niega a escribir más, han sido y son un caso ejemplar, pues suele llevar todo al extremo: para la comprobación científica hizo volar el Laboratorio de Química de su escuela; para descubrir la minería, bajaba a las profundidades de la tierra para extraer el mineral; “para ser cazador hay que ser mentiroso”, pero él es la excepción, dice divertido al momento de grandes relatos sobre sus años de encabezar la lista como cazador furtivo. ¿La pesca? Pues él decidió llevarla a un nivel un poco más intenso y por eso asegura que fugazmente fue cazador de tiburones. Estos son algunos de los relatos que atesoran aquellos que habitan su mundo:

Última revista en que Wong Chávez trabajó.
De sus últimos reportajes, en junio de 1995.

EL COSTO DE SER LEAL

Por Ricardo Wong Chávez

¿Qué te puedo decir de mi hermano… mi querido y único hermano: Congruente, valiente, de una sola pieza, igual que nuestro añorado padre.

Los primeros años de su vida los pasó en Francisco I. Madero, Durango, desde donde mostró visos de su inquietud e ingenio, él es un creador natural, un inventor.

A los 6 años cumplidos llegó a vivir a Torreón, donde se manifestó otro rasgo más de su personalidad: su capacidad de hacer amigos.

Recuerdo que una vez, muy chico, era un niño, no sé, de unos 8 años, cuando desarmó el carburador del carro de papá y lo rearmó él solo. Fabricaba pólvora y cuetes.

En la secundaria integró un equipo para fabricar cohetes, algunos alcanzaron alturas considerables. Otra gran virtud siempre ha sido su valor, pues así como entraba a la profundidad de las minas en Velardeña, sin equipo, fabricaba bombas con dinamita que obtenía de las propias minas.

De mucho vigor físico, acompañaba en jornadas de un día completo a cazadores avezados.

Cuando se le despertó la hormona, ésta opacó a la neurona y se volvió un “Don Juan”.

En su temprana carrera periodística se distinguió por su dignidad, ya que nunca aprovechó su puesto o sus influencias para su beneficio personal, motivo por el cual goza de alta estima entre las personas que lo conocen.

En su larga carrera periodística gozó de la tutoría de Carlos Robles, Eduardo Elizalde Escobedo y de Arturo Cadivich Michelena, con quienes tejió una entrañable amistad y a los que reconoció siempre como sus maestros.

Posteriormente fue cofundador de La Opinión, de Monclova, donde disfrutó de la amistad de Javier Villarreal Lozano y de otras celebridades de la ciudad. 

Su siguiente parada fue en Saltillo, donde hasta la fecha tiene su residencia y donde asesoró a funcionarios estatales sobre el manejo de la información en la prensa.

Algo que siempre ha distinguido a mi hermano, como a nadie, es que es un hombre leal, en un tiempo y lugar en que es casi inexistente este valor. Es inflexible en eso, en la lealtad, y eso le costó muchísimo en todos los aspectos.

Para finalizar, puedo decir que tal vez lo más valioso para Óscar es su alegría de vivir y su gran presencia de ánimo.

Equipo de la Agencia SIP: Óscar Wong (primero de Izq. a Der.) y José Mena Soto (tercero de Izq. a Der.)

DON ÓSCAR, SIEMPRE DON ÓSCAR

Por José Mena Soto

Lo mismo se refiere a «ese hijo de su rebommmmmmbbbaaa madre», con acentuado movimiento de labios que retiembla –y no es la tierra–, que discute por horas y horas sobre la ética gramatical y del uso de una coma o de un punto seguido en una frase periodística.

Y en seguida te habla sobre la vida de Madero, Carranza, Villa, te echa una mentira y se ríe o te cuestiona si ya leíste la última de García Márquez: Memorias de mis putas tristes. Te explica qué es el dióxido de cloro, los materiales que componen a un meteorito y hasta se da tiempo frente a la iglesia de persignarse al paso de una dama y preguntar «¿Viste eso pinche gordiño?», entre una risa picaresca y un movimiento de incredulidad.

De contrastes, así es Óscar Wong, mi querido Óscar. Lejos de buscar lo material le interesa más la amistad, un buen libro, un café, definir sobre el origen de una bala y de su calibre, hablar de cómo se prepara una paella, mentarle la madre al primero que pase –porque es ojete– y sobre todo el rigor del periodismo que emerge de su esencia: El reportero acucioso e irreverente como lo es.

No relataré la primera vez que lo tuve enfrente, pero esa mañana entendí que era un ser humano auténtico e irreparable.

Sí, no tiene reparación y así ha tejido su vida, de una manera lenta pero fuerte al lado del periodismo escrito, su gran pasión, porque el de la tele o el de la radio «son puras mamadas», refiere con una pregunta traviesa, «¿O no mi gordo?», y añade su frase “Para ser periodista hay que saber escribir y bien, no a lo güey”.

Y es cierto, porque así juzgaba mis notas informativas o mis reportajes. Leía con todo detenimiento uno a uno los párrafos… y luego de su bolsa derecha sacaba un encendedor o una navaja para incendiar o hacer añicos la cuartilla.

La profunda amistad y el cariño que nos tenemos quedaban a un lado al apuntar: “No le entiendo ni madre. Hazla otra vez», y luego explicarme los detalles finos del periodismo que no tenía mi entrega.

O bien me ordenaba escribir toda la madrugada un reportaje, lo leía y lanzaba un silencio largo con una bocanada de humo, rozaba su pistola y destacaba: “Bien gordo, me gusta”. Ya con eso podías dormir bien porque habías pasado el examen de una vista casi experimental y hasta científica de Óscar Wong.

Dormir, que para él era algo distinto al común de los mortales. 

La primera vez que le aprendí como achichincle y leí una y otra vez sus escritos, de levantar las cuartillas tiradas al piso porque no le había gustado la entrada o el tercer párrafo, o ir a comprarle unos cigarros de madrugada,  me ordenó a las 7 de la mañana: “Váyase a su casa a dormir, y ya de regreso (antes de las 9 –dos horas de descanso-) se pone a reportear”. Y eso hice.

Luego me enteré que don Óscar dormía de día y trabajaba de noche. Al regresar a las 3 de la tarde me preguntó: «¿Ya está listo para trabajar, Sr. Mena, o se culea?».

Era común llevarlo a la carretera a Monclova y dejarlo porque se iría de ride a cenar con sus amigos de la cacería. Era también frecuente que llegara a mi casa en la madrugada para que le hiciera de cenar, entre un relato de cómo había matado a un venado con muchos picos en la cabeza o le había tirado, y no le dio, a un oso grande, negro y feroz, que volteó, lo vio y se fue. Nunca supe si era verdad o mentira, pero qué agradable era escucharlo.

Un día, sin más, decidió dejar de escribir y acumuló miles de cuartillas escritas, todas bien, y todos le respetamos ese freno irremediable que a veces te aconseja la vida para dar paso a los recuerdos y a las anécdotas.

Pero Óscar sigue acumulando querencias, sigue juntando amistades que lo quieren más por su alma auténtica que por sus poses envalentonadas, gritonas, chistosas, pendencieras y hasta románticas.

A don Toño Mena, mi padre, le debo todo. Y entre todo tengo a Óscar Wong, hombre de pasiones y de voluntades que acaricia. Siempre su olfato y su sentido del mejor periodismo que me ha tocado ejercer: Gracias mi gordo.

Cartón por David García.
El «Chino» tiene frío… «¡Frío sólo los perros y los pendejos!», decía antaño. Foto por David García.
Óscar Wong y Celia Leandro.

AL PINCHE CHINO HAY QUE VIVIRLO

Por David García Ordaz

«Wangs», «Wongs», Wong… “El Chino”, el pinche “Chino”, sabe de todo: De armas, de astronáutica, de telemétrica, de física, de química, de biología. Sabe la cantidad de granos que requiere cada uno de los calibres de las armas de caza; conoce las medidas de cada ojiva en milímetros y conoce cuál es su grosor o diámetro, desde el calibre .22 hasta los calibres de armas de cacería.

Sabe cómo determinar el volumen de agua que cabe en una olla despejando la fórmula correspondiente; además conoce la distancia de la Tierra a la Luna como si fuera el dato de su propia estatura. No sólo eso, de joven su diversión era practicar arrancones de autos con sus amiguillos y aprendió muy joven a manejar motocicleta, la cual se compró con el apoyo de su abuelo para acabar vendiéndola unos meses más adelante después de haber perdido dos amigos en accidentes de moto.

Su afán científico inició desde muy joven experimentando en las minas de oro de su familia, donde acostumbraba reunir mercurio en los frascos de las ampolletas que extraía del consultorio de su padre, reconocido médico de La Laguna.

Otra de sus pasiones han sido los telescopios o la pesca, la cual acostumbraba practicar en Mazatlán o en la Isla del Padre con el único afán de divertirse, de estar con él y con cualquier desconocido que estuviera dispuesto a aguantar horas de plática sobre el tema que fuera. ¡Qué decir de la cacería furtiva!, que practicó por muchos años con un selecto grupo de amigos que sólo conocí en pláticas. Esa es otra de las virtudes de míster «Wangs», la charla, la plática amena, salpicada de recuerdos de anécdotas, de comentarios simpáticos y, eso sí, aderezados siempre de malas razones, palabrotas, mentadas de madre y de la mención constante de la parte que los humanos usamos para sentarnos, en su acepción más escatológica.

Hombre de contrastes que ha elegido siempre la libertad sobre las reglas preestablecidas de la sociedad que a todos nos tiene guardados un camino, el cual, con la mano en la cintura y riéndose estentóreamente, dejó de lado para irse a conocer el mundo abandonando la educación formal que lo había nutrido abundantemente de conocimientos en una de las mejores instituciones educativas de Torreón de su época, que tuvo que abandonar después de haber incendiado por segunda vez el Laboratorio de Química, donde le gustaba experimentar por cuenta propia para saciar ese apetito obsesivo por aprender, por entender, por saber; y entonces la mejor manera de conocer el mundo y satisfacer su inagotable curiosidad fue reportear, entrar en ese mundo inagotable del periodismo, del cual nunca ha salido por más que intente.

Conocí a Óscar por allá de 1987, mi primo David Brondo me lo presentó y a partir de entonces empezó a ser frecuente encontrarme con “Wongs” en la casa de la calle de Mina, donde el matrimonio Brondo-Gaona se instaló, y donde las tertulias y reuniones con sus amigos se volvieron frecuentes. En ese entonces “El Chino” (como David Brondo me había compartido le decían solamente sus amigos) era un hombre rollizo, fuerte y con una actitud propia de chihuahueño –sí, el perrito–, pues si bien no era alto, se pavoneaba como si fuera un poste de equipo de baloncesto, siempre caminando muy erguido, sacando el pecho y con cierta actitud retadora, mientras hablaba y se reía como si estuviera en el entarimado de una obra de teatro. Óscar mostraba los dientes a la menor provocación, siempre estaba sonriendo, siempre tomando el control de la plática fuera cualquier tema y siempre moviéndose de un lado al otro a sus anchas. No era algo forzado o buscado por él, era una actitud natural que aún hoy conserva.

Sí, Óscar ocupa todo el espacio, es especialista en causar controversias, en utilizar a los demás para endosar a otros sus propios comentarios y reírse de las reacciones de los demás, para luego entretener a todos con las anécdotas guardadas en su elefántica memoria, la cual siempre dice que no existe ni tiene.

Cuando regresé a Saltillo después de trabajar varios años fuera de la ciudad, volví a encontrarme con Óscar y Celia, su esposa, en la nueva casa de mis primos David y Nora. Esas reuniones nos volvieron a acercar y se sembró el árbol de la amistad que pronto dio fruto. Esa amistad gracias a Dios fue creciendo y poco a poco formamos una nueva familia de amigos en torno al “Chino”, de la que me siento honrado en pertenecer.

“Wongs” es así, entre sus muchas virtudes tiene la gran capacidad de entretejer vidas. Sí, él va por el camino que Dios le ha dado, entrelazando las vidas de las personas que va encontrando a su paso, va creando conexiones, no sé si con algún afán específico o sin darse cuenta, pero a su alrededor uno va descubriendo seres humanos especiales, distintos, auténticos, tal vez esta sea la palabra que mejor los describe: “genuinos”, con quienes es fácil mantener el contacto, estrechar la mano e invitarlos a casa para pasar una divertida velada escuchando a Óscar decir cualquier cantidad de cosas sobre cualquier tema importante o no. «Wongs» ha sido tierra fértil para la amistad no sólo con él, sino con su entorno.

Con él comparto su gusto por la comida y por la cocina, qué puedo decir de la paella, el pescado a la vizcaína o las baby back ribs a la barbecue que aprendí a cocinar con Óscar, aún el Pavo de Navidad ha sido parte de su enseñanza, antes pensaba que el ahumado era el más rico, después con “El Chino” descubrí que el natural siempre es superior.

Mención aparte, es la capacidad que tiene “Octaviano” o “don Chimuelé” para inventar, crear o modificar y simplificar cosas, es capaz de hacer su propio calentador de gas para pies y lograr que no se le rosticen en el intento; instalar un calentador de agua en su propio baño o crear mejoras para el equipo de oxígeno que instaló en su automóvil para ir hasta Edmonton, Canadá, viajando por carretera desde Saltillo, recorrido que ha hecho ida y vuelta dos o tres veces. Mención especial es el hecho de que Óscar aprendiera a trabajar usando una computadora los últimos 10 años a pesar de no saber nada y de ser incluso reacio a utilizarlas.

La verdad sea dicha: Óscar no es sólo una persona, es un personaje. No son suficientes las palabras para conocerlo, sería difícil en unos cuantos millardos de palabras escritas aprisionar la esencia de Óscar Octavio Wong Chávez.

Al “Chino” hay que vivirlo, escucharlo, aprender de él, reírse de él y con él. Hay que soportarlo y, sobre todo quererlo… cosa sencilla, porque él se hace querer.

Comentarios