Qué pensaría Norbert Elias (1897-1990), sociólogo alemán y estudioso del proceso civilizatorio, al mirar a los individuos conductores de racers y unidades todo terreno depredar la flora y la fauna del Cañón de Fernández, área protegida desde 2004, inscrita en la Convención Ramsar como Humedal de Importancia Internacional en 2008 y designada como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en ese mismo año?
¿Qué pensaría la tortuga Jicotea del Río Nazas -en peligro de extinción- destrozada por uno de esos carromatos post apocalípticos, cuando vio cortada de tajo su proceso de reproducción y miró que 32 conductores -entre los que se encuentran empresarios, comerciantes, hijos de políticos y exalcaldes- se habían amparado ante el Juzgado del 4º Distrito para ejercer su “derecho al libre tránsito” en el Cañón de Fernández?
¿Qué pensarían las 581 especies de flora y fauna arropadas en las 17 mil hectáreas del Cañón al observar cómo estos hombres y mujeres émulos de Mad Max pretenden por vacío existencial, ausencia de madre -tierra, me refiero, o por imaginar a sus vehículos todo terreno como una extensión -fallida- de su masculinidad, el depredar la tierra que no sólo los vio nacer, sino además, les da vida cada día?
¿Qué pensarían las 25 especies de plantas y animales que no existen en otro lugar del mundo, excepto en el Cañón, al mirar la pusilanimidad de las autoridades de Durango, Lerdo y Gómez Palacio por no haber actuado con mano firme -no sólo hoy- sino desde hace años, ante los embates de estos bárbaros montados en sus carruajes post apocalípticos sino también contra las intentonas por instalar desarrollos inmobiliarios por parte del empresario Roberto Valdepeñas y su organización fachada llamada Ecocañón?
¿Qué pensarían los campesinos habitantes de las 6 comunidades del Cañón ligados en espíritu y cuerpo a su tierra, agua, plantas y animales al mirar cómo rapiñan estos bárbaros en sus armatostes todo terreno, sus vidas enraizadas a esa naturaleza tan suya y de los laguneros también?
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