En ocasiones se confunden los deseos con los derechos.
Comentaba con un amigo mi artículo de la semana anterior y en un momento llegamos al libro de Milán Kundera, “La Inmortalidad”. El cometario se dio a raíz de la postura de la madre del asaltante asesinado en el sentido de que “no hacía daño a nadie, solo robaba”.
En el libro se presenta una escena en la cual una joven se estaciona en un lugar prohibido porque, si mal no recuerdo, quería comprar una botella de vino y al no encontrar estacionamiento y “necesitar” la compra, pues tenía derecho, según ella, a no obedecer la ley, en este caso el reglamento de tránsito.
Para el personaje las cosas estaban claras, sus derechos estaban por encima de la ley. Esto es algo que no debe sernos ajeno, muchos de nosotros hemos escuchado que la justicia es diferente de la legalidad y que la primera, pese a ser subjetiva, está por encima de la segunda.
Con su peculiar estilo, Kundera se introduce en la trama de la novela para reflexionar acerca de la confusión que existe entre deseos y derechos.
Por mi parte subrayo que lo que conocemos como Derechos Humanos son relativamente nuevos en la historia de la humanidad, aún no tienen 100 años de existencia, esto es, no son “naturales” en las sociedades.
Pero también que estos DDHH son, de alguna forma, la declaración que hacen las sociedades de lo que son sus aspiraciones, principalmente a ser más justas y equitativas, a que cada uno de los ciudadanos cuente con ese piso básico que haga de la vida una experiencia digna de ser vivida.
En la historia humana, aunque no nos guste reconocerlo, la esclavitud y la desigualdad, con toda su carga de injusticia y, desde la perspectiva moderna, la falta de Derechos Humanos, tienen más tiempo acompañando a las sociedades que los derechos mismos.
En México, debido a la extraña costumbre de nuestros políticos de creer que el establecimiento en la legislación de un determinado derecho y mediante algún proceso de índole mágico, este se materializa en la realidad, de ahí el nombre de esta columna, hoy los Derechos Humanos se encuentran plasmados en la Constitución, independientemente de que nuestros diputados no establezcan los recursos correspondientes para que estos se vuelvan realidad, y con las repercusiones que ese hecho, el ser derechos constitucionales, tiene para la Comisión Nacional de los Derechos Humanos.
Debemos estar conscientes, entonces, que los DDHH son, en cierta medida, una aspiración de la sociedad con miras a la igualdad y a la equidad entre sus miembros, es decir, la sociedad como tal aspira a que todos seamos iguales y tengamos un “piso básico” común, es decir, los DDHH, a partir del cual las individualidades se manifiesten.
Hay por ejemplo, el derecho a una vida digna, el cual debería especificar, por ejemplo, qué se entiende por esa vida digna o si solo consiste en el derecho a estar vivo. El derecho a una vivienda, acerca del cual no se especifica quién tiene la obligación de proporcionar dicha vivienda a los ciudadanos.
Todo por no hablar acerca del derecho a la salud, a la educación y, más recientemente, al acceso a internet y una serie más de derechos que, a decir verdad, constituyen letra muerta en la práctica, no hay recursos del Estado para que estos derechos se conviertan en mejores niveles de vida para cada uno de nosotros.
No es un tema sencillo de tratar, entre otras cosas precisamente por lo que señalaba antes, en ocasiones se confunden los deseos personales, con los derechos, las aspiraciones de las sociedades con la realidad y, desgraciadamente también, los DDHH con la letra muerta de las leyes que, se supone, los garantizan.
Es todo un tema que, por supuesto, no se agota en un artículo de esta naturaleza.
Este texto es responsabilidad única, total y exclusiva de su autor, y es ajeno a la visión, convicción y opinión de PorsiAcasoMx
Juan Palacios
JUAN PALACIOS es educador de profesión, periodista por vocación. Editorialista en La Moneda, ABC, El Porvenir y Radio Alegría, en Monterrey.