Estas épocas de pandemia son tiempos de guardar, tiempos de cuidar. De cuidar a los nuestros y a nuestra salud. Cualquier precaución adicional no está demás. Aún el más pequeño de los riesgos es suficientemente grande cuando se trata de la vida de nuestros familiares.
Es momento de cuidar nuestras relaciones y amistades. Ante la imposibilidad del contacto físico, ahora es cuando más se valora un mensaje, una llamada, un detalle. También hay que cuidar el patrimonio. La desaceleración del ciclo económico nos pegará a todos, así que es buen tiempo para ahorrar, y lo que se tenga que gastar, hacerlo con prudencia, inteligencia y sentido social.
Ahora, más que nunca, debemos cuidar a nuestro sistema inmunológico. Esa compleja red de anticuerpos que lucha constantemente contra los patógenos que pretenden invadir nuestros cuerpos se ha relajado últimamente. Paradójicamente, el uso excesivo de productos antibacteriales y antivirales, así como el confinamiento en casa, han relajado el entrenamiento de nuestras defensas, haciéndonos vulnerables, según lo afirman especialistas.
Pero lo más importante que tenemos que cuidar es ese ente abstracto del que todos formamos parte, ese agregado de nosotros mismos, nuestras familias y nuestras pertenencias. Me refiero a la comunidad. Y para que la comunidad prospere debemos cuidar principalmente a nuestros defensores.
Los defensores es todo el equipo de doctores y de investigadores que da la batalla diariamente por vencer al enemigo patológico. Desde el personal médico y de enfermería que atiende a los contagiados, hasta los científicos que tratan de encontrar la cura y la vacuna.
A veces, no valoramos en su justa dimensión las acciones de nuestros defensores. En países con tradición bélica, como Estados Unidos, a los militares que estuvieron en acción se les brinda un trato diferenciado y gozan de la admiración y el respeto social. Si el soldado cayó en el cumplimiento de su deber, la familia recibe una pensión vitalicia y contará siempre con la simpatía, el agradecimiento y el apoyo de la sociedad y el gobierno. Ellos saben que un pueblo ingrato que no reconoce a sus próceres está condenado al fracaso.
Nuestros médicos, enfermeras y enfermeros se juegan la vida en el frente de batalla, peleando contra un enemigo invisible que ya ha matado a muchos. Es importante que sepan que estamos muy orgullosos de ellos, que no están solos y que, si algo les sucede, la sociedad y el gobierno sabremos hacernos cargo de sus familias.
A ellos, mostremos siempre todo nuestro reconocimiento, nuestra gratitud y nuestro apoyo. Es lo mínimo que merecen.
¡Gracias por todo su esfuerzo!
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