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Arrieros

El arriero que acompaña a Juan Preciado describe un pueblo de calor abusivo como tantos otros pueblos que pudimos haber conocido: «Comala. Aquello está sobre las brasas de la tierra, en la mera boca del infierno. Con decirle que muchos de los que allí se mueren, al llegar al infierno regresan por su cobija».

El sentido figurado de Juan Rulfo remite tanto a las complejidades de la convivencia en pueblos donde lo que se sabe entre sus habitantes y lo que se desconoce entre ellos, es mínima, a decir del escritor John Berger; como al hecho de que sus pobladores apenas si se salen de los límites de su lugar por necesidad. En el Xochimilco de la periferia de la Ciudad de México, he sabido de gente que va al Zócalo como un noruego lo hace maravillado a sabiendas de que será por única vez.

El mundo es pequeño, corto. En todo aquello, la franqueza reina como la más transparente de sus cualidades. Pero aun así, las simplezas de habitar un lugar se traducen, no pocas veces, en excepciones. La maldad acecha, aún allí.

Días atrás, el paso circunstancial de una cámara de Google Maps por la calle vacía del pueblo de Tajueco, en España, de 56 habitantes, permitió a la policía descubrir el momento en que un hombre subía un cuerpo, dos meses antes, a la cajuela de su auto. Junto a otras pruebas, esta sería clave para detener a una pareja como autores del homicidio. Mucho más crudo, los vemos aquí en filmaciones de crímenes en las calles que no llamaran la atención pública si no se hacen virales —poco sabemos qué arrojan luego las investigaciones policiales—.

Una de esas filmaciones con celular que tanto han circulado en horas recientes, ha sido la del alcalde de Santo Tomás de los Plátanos, en el Estado de México, luego de tomar protesta. Buscado desde hace varias semanas por secuestros y vínculos con el crimen organizado, en una investigación más amplia que incluyó otros municipios del estado, dos policías intentan detenerlo al final de la ceremonia, pero escapa ayudado por un grupo de gente, al parecer policías municipales vestidos de civil.

Las crónicas de la huida dicen que aunque había allí cerca varias patrullas estatales y federales para cumplir con la orden de arresto, el joven alcalde electo del municipio de casi 20 mil habitantes, los evadió, como también su esposa —anterior alcaldesa— que tiene una orden de aprehensión y está prófuga desde hace semanas.

El video del incidente ha sido acompañado en redes por otro, donde varias mujeres insultan y reclaman que se retiren a los integrantes de las patrullas, mientras avanzan lentas por una supuesta calle del municipio.

Los tejidos de las pequeñas comunidades se aferran en la solidaridad y los vínculos. Detrás de ellos hay lazos construidos en las amistades escolares y deportivas, de compartir fiestas patronales, el traslado desinteresado de enfermos ante la falta de recursos en salud, el enojo compartido por la falta de servicios o un enjambre de asociaciones económicas que los hace dependientes unos de otros. Una mirada sobre lo que se comenta en redes sociales explica los humores de la gente ante lo que ocurrió en el municipio mexiquense: «Como siempre los policías llegan hasta que se van los malandros», «disfruten lo votado», «cárcel para esas viejas revoltosas» o se expone la denuncia de lo que se sabe y no se dice, nombres y apellidos de funcionarios, políticos, caciques, que se asocian a la delincuencia organizada.

El pueblo «está lleno de ecos», describe Rulfo en Pedro Páramo. «Tal parece que estuvieran cerrados en el hueco de las paredes o debajo de las piedras. Cuando caminas, sientes que te van pisando los pasos». Quizá allí esté la resistencia pueblerina, donde todo se sabe, a que se lleven a algunos de los suyos, como en Santo Tomás de los Plátanos, aunque conozcan de sus malos pasos.

Este texto es responsabilidad única, total y exclusiva de su autor, y es ajeno a la visión, convicción y opinión de PorsiAcasoMx

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