«Con el mundo en donde está, este espléndido film me hizo eco, me emocionó, me sacudió, me hizo pensar y me provocó profunda admiración y respeto. Está en NETFLIX y habla con fuerza y poder. Al chingadazo, sin rodeos y con hartos huevos».
Dijo Guillermo del Toro de «Ya no estoy Aquí», de Fernando Frías.
Cuando habló Memo, ganador de dos Óscar, Globo de Oro, Goya y varios Arieles, los que habían criticado la cinta, levantaron una ceja.
– Ah, caray… que vio él que no vi yo, pensaron.
Con más cara de documental que de largometraje, Ya no estoy Aquí relata la vida de los chavos que viven una vida aparte del resto; diferentes pero parecidos a los cholos con sus pantalones guangos, abajo de la rodilla y camisolas cuatro tallas más grandes que sus esmirriados cuerpos deberían llevar. Con cortes de cabello tan extraños, y tan diferente a los Cholos del Este de Los Angeles, de Tijuana, Mexicali o Cd. Juárez.
Como la chola tenochca del meme que dice que los lentes por atrás quieren decir «mi barrio me respalda», igual, si les pregunta a los Cholos angelinos por qué usan pantalones negros o beige, camisetas teycon blancas y camisas de cuadros tres tallas mas grandes que la suya con el botón de arriba abrochado, van a decir que no saben. Igual los cholombianos de la Indepe, la Consti, Escobedo, San Nico y San Berna, amantes de las cumbias rebajadas, la mota y el thinner, no tienen NPI de por qué usan así los pelos pintados con agua oxigenada, fleco, patillas embarradas a la cara y sus pantalones flojos, camisas coloridas con la Virgen de Guadalupe en la espalda y sus converse blancos.
No saben pero sencillamente intentan ser diferentes al resto de la gente, aunque ellos se parezcan todos. Buscan una forma de pertenencia. De ser parte de algo. El sector, la colonia, la pandillita, como los Terkos que ven a Ulises como líder.
¿En qué trabajan? o de dónde sacan lana para comprar su ropa?
A Frías se le pasó decirnos en qué la giran, qué pasta dental anuncia o qué champú los patrocina, aparte de robarles lo del lonche a chamaquillos de la secundaria cercana.
Ya no estoy Aquí toca perfecto la adicción de los muchachos por la música que llegó en los 70 a Monterrey con discos de Alfredo Gutiérrez, Los Corraleros de Majagual, Aniceto Molina y Lizandro Meza, que los sonideros pusieron de moda en los bailes de colonia y las bailaban los papás y abuelos de los actuales; un buen día –por error– la escucharon rebajada porque el inventor fue un sonidero de la zona de La Risca, en la Independencia, que tocaría en un baile y como llevaba la electricidad para el tocadiscos con una batería de auto y ésta ya estaba baja, comenzó a tocar así las cumbias y los chavos que flotaban entre nubes por los efectos de la mota, las siguieron pidiendo así hasta la fecha. Así surgieron las rebajadas.
Apenas por encimita, como sin querer, Frías tira una insinuación leve sobre las drogas que es pan de cada día entre la cholada; ya en Nueva York, Ulises decide comprar pegamento 5 mil o un solvente cualquiera, ponerlo en una botella y echarse un viaje mientras piensa qué hacer y cómo volver al terruño.
La confusión que dicen que hubo, quedó muy confusa, tanto que no se explica cómo fue que los narquillos lo echaron en corrida y éste se fue a trabajar a NY.
Ulises, (Juan Daniel García) es un hallazgo interesante como protagonista. Sin actores profesionales, Frías logra darle cuerpo a una trama, una historia bien contada, sin maquillaje, sin aderezo alguno, como un madrazo seco en plena jeta que muestra en carne viva un grupo de personas, chamacos de Monterrey, que llevan un estilo de vida muy particular y la cinta pretende –y tal vez lo consiga– dejar de lado los prejuicios de la masa porque «no nos representan».
García, que se hace llamar Derek, en su barrio, es un talento que detectó el director al seleccionarlo. Es un actor natural que con su tranquilidad, su expresión sosegada, la mirada y sus silencios dice más que «actores» como los infaltables e insportables Derbez, Uribe y Chaparro…
Ni Cindy la Regia representa a todos los sampetrinos (tal vez solo a 99 de cada 100 chicas) ni Ulises son todos los chavos regiomontanos, pero existen y son parte del paisaje natural…
Son tan regios como Celso, los machetes, los kinkis, los pesados, el Gran Silencio y el cabrito, nada más que los Terkos viven y bailan «de gavilán» la cumbia colombiana… pero rebajada.
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