La presencia del otro es insustituible, la relación cara a cara es la esencia de la humanidad, tocar, abrazar, besar, son acciones cotidianas muchas veces indiscernibles e imperceptibles, pero ahora que debemos “tomar distancia” perdemos ese contacto vital con los otros, mirar, oír, son también formas de relación imprescindiblemente humanas que generan acciones o emociones tan sólo por el mero con/tacto.
El habla, la palabra, la comunicación nos acerca en cuanto seres conscientes, la viva voz es la inmediatez, pero ahora el virus nos obliga al aislamiento, nos aleja del mundo real, aunque creemos que el mundo lo llevamos en el bolso, lo cargamos en las manos, la red, es parte de nosotros dependemos de ella, la vida no tiene sentido si no estamos conectados, basta ver a los grupos en las calles o en una mesa de restaurante, todos mirando su teléfono y en el colmo del absurdo, enviando mensajes al o la que tiene a lado.
El smartphone es insustituible, es como un órgano corporal más, es la memoria y cerebro de muchos. El mundo digital nos puede dar conocimiento, nos da inmediatez, pero el otro no está, es incorpóreo a lo más es un fantasma, creemos que estamos frente al otro pero en realidad estamos siempre ante nosotros mismos, la red determina nuestras relaciones dentro de ella, un producto del mundo digital es la producción de un archivo en crecimiento continuo que data nuestra existencia ad infinitum.
El mundo de hoy, el de la pandemia es paradójico, es melancolía de la presencia, vemos el mundo sin el trajín de la multitud de la anterior cotidianeidad, las calles semivacías, el planeta prácticamente deshabitado, sin canto, sin teatros, la política tentaleando, sin certezas, el mercado mermado.
La ausencia está presente, añorante de la presencia corpórea de las relaciones humanas, crisis de presencia agudizada por la creciente digitalización, es un sustituto de nuestra más elemental experiencia social. Una sociedad de individuos aislados como átomos y conectados entre sí por aquello que los separa: la red, ¿es trágico o agraciado? (Ilán Semo)
Lo considero funesto, es lamentable que el coronavirus haya agudizado el distanciamiento social iniciado por el incremento de la digitalización de la sociedad, la higiene tiene poder, ha sembrado el miedo al otro por el probable contagio.
El convencimiento de que el otro representa, básicamente, un foco infeccioso. Una convicción urdida a través de la difusión del miedo más fundamental de todos: el miedo a morir a la vuelta de la esquina, se le puede definir como la coronalización del mundo de vida (Jürgen Habermas).
El miedo, estimulado por los medios de comunicación y los políticos, la gente lo cree literalmente, si salgo moriré, ese miedo ha sido aprovechado por muchos políticos como un conveniente mecanismo de control, llegando en ciertos países hasta el estado de sitio.
No obstante, nadie esperaba la movilización de disturbios multitudinarios en las principales ciudades de los Estados Unidos y Europa; el asesinato con violencia extrema de un afroamericano por parte de un policía de Minneapolis podría haber pasado como un hecho trivial, más fue la chispa que prendió la hoguera, la protesta social ha sido inusitada, en plena precampaña electoral de Trump por un segundo mandato.
La protesta estaba latente ante la violencia policial impune, el racismo y la discriminación, la población afroamericana, migrante y en pobreza llegó al límite y finalmente se acordó la disolución de del departamento de policía del estado de Minneapolis. No hay que dejarse amedrentar, ¡cuidarnos, sí pero desechando el miedo! se puede.
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