Hubo un tiempo que las comunidades rurales del noreste de Nuevo León bullían de movimiento comercial, de alegría en bailes de escuela o bodas campiranas.
Los conjuntos norteños se multiplicaban y abundaba para ellos el trabajo en bailes de escuela, en bodas o cumpleaños.
Siempre alegre la congregación, el rancho, el ejido. Siempre con música, con alegría multiplicada cuando llegaban sus hombres que habían realizado trabajo en los Estados Unidos en «LOS CONTRATOS».
TRABAJO en Texas no faltaba y en los ranchos los chinchoros de cabras, las vacas que pasaban en los potreros y las gallinas ponedoras de huevo «de gallo y gallina».
Nublaban por la tarde los grandes mezquites de las casas siempre llenas de ruidos, de cantos, de alegría.
Un mal día como que se apagaron las luces, como que llegó el silencio y pocos se dieron cuenta de cómo las rancherías se despoblaban, quedaban solas.
El viejo tren que corría de Monterrey a La Frontera, al igual que los ranchos, desaparecieron, y LA PARADA DEL TREN igual, pronto la cubrió el matorral y el olvido.
Muchas historias de familia ahí atrapadas en los jacales, en las recias casas de construcción norestense quedan para la foto, para el recuerdo, para la evocación rural.