+ A 100 años de la Influenza Española
La influenza, y su variante “benigna”, la gripe, son enfermedades que acompañan al hombre desde ya hace siglos. El nombre influenza se acuñó durante la epidemia en Florencia, Italia, en 1357, ya que se creía que la causa era la “influencia perniciosa” de los astros.
Al venir a América, los españoles la trajeron a nuestro territorio. Si bien ha habido varias oleadas en la historia, la que más se recuerda en nuestra región es la de 1918, que a nivel mundial se conoció como “Influenza Española”, aunque su primer caso fue detectado en Estados Unidos en el Fuerte Riley, el 11 de marzo de 1918, cuando el soldado Albert Gitchell, cocinero, mostró signos de fiebre, tos y dolor de cabeza, lo que parecía una simple gripe. Esa misma noche se registraron 107 enfermos en el Fuerte y al final de la semana 522 presentaban los mismos síntomas.
Ahora sabemos que la pandemia fue causada por un virus A (H1N1) que se introduce rápidamente al pulmón y ataca el tejido pulmonar, causando hemorragia en el área y la muerte dentro de las 48 horas siguientes. De ahí que los enfermos sangren por la nariz o al escupir, y a veces se diagnostica como pulmonía, neumonía, bronquitis y otras complicaciones.
La primera ola de la pandemia, como dijimos, fue en la primavera de 1918, pero si bien hubo algunos casos en México y en Linares, no fue tan violenta como la segunda ola, en otoño del mismo año.
A diferencia de todas las pandemias anteriores que entraban al País por Veracruz, ésta fue la primera que llegó por el nuevo punto de comercio: la frontera norte, específicamente Nuevo Laredo. El primer caso se diagnosticó el 5 de octubre en esa ciudad de Tamaulipas, y para el 8 de octubre ya se hablaba de más de 12,000 enfermos.
El ferrocarril ayudó a su rápida expansión y el 10 de octubre ya estaba en la Ciudad de México, y ese día se ordenó el cierre de la Aduana de Nuevo Laredo, pero ya era muy tarde.
El primer caso en Linares fue el niño Gregorio Carrillo Hernández, de 3 años, quien murió el 8 de octubre a la 1 de la tarde. A pesar de ser sólo ése el caso registrado, el 10 de octubre, dada la alarma levantada en la Cd. de México, el gobernador Nicéforo Zambrano gira órdenes vía telegrama al alcalde Donaciano B Zambrano, para dictar “las providencias necesarias para contrarrestar el desarrollo en esta ciudad de la ‘Influenza Española’, por haber adquirido ya proporciones alarmantes”, y éste cita para ese mismo día a las 7 de la noche, en el salón de acuerdos del R. Ayuntamiento, para acordar las medidas necesarias, a los médicos de la ciudad: Dr. Joaquín Benítez, Dr. Eleuterio Espinosa, Dr. Macedonio García Pérez y Bismark Fergusson.
Por los resultados, las medidas fueron insuficientes o inadecuadas, ya que al día siguiente, 11 de octubre a las 6 p.m. murió Andrés Esparza Camargo, de 26 años.
Los siguientes días empezó crecer la enfermedad, provocando sobre todo la muerte de mujeres:
13 oct. a las 2 am Leonor Cienfuegos Cisneros, 22 años.
15 oct. a las 2 am Dolores Samaniego H., 25 años.
15 oct. a las 8 pm Simona Guerrero, 82 años.
16 oct. a las 10 pm Enriqueta Rey Cásares, 55 años.
16 oct. a las 8 pm Elena Valdez, 20 años.
16 oct. a las 8 pm Félix Martínez Cepeda, 3 años.
16 oct. a las 6:30 pm Lucía Negrete Murillo, de La Petaca, 46 años.
La cantidad de muertes fue aumentado día con día, haciendo crisis a fin de ese mes y principios de noviembre, llegando a su máximo el 2 de noviembre, irónicamente el Día de Muertos, con 19 muertes en esa fecha.
La ciudad era un caos de desolación, muerte y pánico, además del desorden administrativo provocado en las instancias gubernamentales, los empleados de los panteones y del Registro Civil trabajaban hasta altas horas de la noche, llegaron a acabarse los formatos de Actas de Defunción de todo lo que restaba del año y tuvieron que pedirse más, los médicos atendían en todos los puntos de la ciudad pero era imposible detener la enfermedad.
Fue hasta mediados de noviembre que empezaron a bajar las cifras diarias de muertos por influenza y sus complicaciones. A fines de este mes, si bien no habían desaparecido los casos, las cifras eran ya menos escandalosas, variando entre 1 y 4 muertes por día.
En total, en eso dos meses murieron 311 linarenses, y si bien hubo todavía muertes el resto de la temporada invernal, el nivel de pánico bajó a márgenes tolerables. Sin embargo, en la mente y cultura popular en la tradición oral, aún se recuerdan los aciagos días en que las funerarias no se daban abasto y los difuntos eran sepultados apenas envueltos en una sábana, y el simple estornudo implicaba casi una sentencia de muerte y sólo quedaba decirle al estornudante: “¡Jesús te ampare!”.
Hoy, a 100 años del inicio de esa época de miedo terror y espanto provocado por una enfermedad, recordamos a los fallecidos y exhortamos a los vivos a usar las medidas actuales de prevención, como las vacunas, para que ese Apocalipsis no regrese a nuestras tierras.
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