Henry Ford, fundador de la empresa automotriz que lleva su apellido, pasó a la historia por ser el arquitecto de la especialización del trabajo. Con su experiencia e ingenio diseñó, a principios del siglo pasado, las cadenas de producción en masa que utiliza actualmente la industria.
Hay otra característica de su modelo de trabajo, menos conocida pero muy valorada hasta por los inconformes con el libre mercado: su preocupación por el bienestar de sus trabajadores. Ford decretó un incremento de más del 100 por ciento en el salario de su plantilla laboral y redujo las jornadas de 9 a 8 horas, 5 días a la semana.
Sus medidas revolucionarias fueron criticadas por los círculos económicos y financieros, pero en su visión, era la forma de alentar un círculo virtuoso: compartiendo las ganancias de la empresa con los empleados les permitiría comprar los vehículos que ellos mismos producían, dignificando sus vidas y dinamizando la economía regional. Su modelo, sin duda, tuvo mucho qué ver con el éxito actual de la economía norteamericana.
Por las mismas fechas hubo un personaje similar en México. A diferencia de Ford, provenía de una de las familias más prósperas del País, lo que le permitió estudiar economía, contabilidad, homeopatía y agronegocios en Estados Unidos y Francia.
Regresó a México para encargarse de algunos negocios familiares, agrícolas y siderúrgicos, principalmente.
Con una profunda convicción social, también subió al doble el salario de sus trabajadores –campesinos en su mayoría–, y los capacitó en las nuevas técnicas de cultivo.
Propuso la construcción de represas para sortear los tiempos de sequías, practicó sus conocimientos de medicina atendiendo a los más necesitados, fomentó enormemente la educación y fundó la escuela comercial en la Región Lagunera coahuilense.
Al igual que Ford, no pasó a la historia por sus acciones sociales. Me refiero a Francisco I. Madero, El Apóstol de la Democracia, quien conmovido por las condiciones infrahumanas de los obreros en las fábricas, indignado por la desigualdad en el campo e irritado por la falta de libertades individuales, inició un activismo político que lo llevaría a postularse como alcalde de San Pedro de las Colonias, Coahuila.
Fue derrotado por la maquinaria porfirista, que lo encarceló en San Luis Potosí, de donde huyó a San Antonio, Texas, para redactar el Plan con el que daría inicio la Revolución Mexicana.
El resto de la historia ya lo conocemos: Llegó a Presidente en un México convulsionado y dedicó los 15 meses que duró su gobierno a tratar de pacificarlo, sin margen para impulsar sus reformas.
Las balas de Huerta vertidas en la Decena Trágica privaron a nuestro país de un gran hombre, el Ford mexicano, y retrasaron décadas nuestro desarrollo.