Lo que el sexo fuerte no ha querido o no ha podido hacer: oponerse al poder para desmontar el sistema de discriminación, privilegios e impunidad vigente, lo han hecho las mujeres. La protesta y el paro nacional del 8 y 9 de marzo demostró la fuerza del movimiento feminista. El yugo del miedo se rompió. AMLO, con su legitimidad de 30 millones de votos, se colocó frente a la locomotora violeta y fue arrollado.
La activista inglesa Emmeline Pethick-Lawrence (1867-1954) definió el color violeta como símbolo de “la sangre real que corre por las venas de cada luchadora por el derecho al voto”, y de “su conciencia de la libertad y la dignidad”. Segunda de 13 hijos y militante del Partido Laborista, Pethick ocupó la tesorería de la Unión Social y Política de las Mujeres, fundada por Emmeline Pankhusrt, líder del movimiento sufragista.
Pethick y su esposo Frederick Lawrence fueron encarcelados en 1912 tras una protesta en la que se rompieron ventanas, táctica con la cual no estaban de acuerdo.
(Wikipedia). No es casual, entonces, que el Reino Unido, donde la mujer consiguió el derecho al voto en 1918, haya sido gobernado 11 años por una de las mayores estatistas del siglo 20: Margaret Thatcher.
En México, Josefa Ortiz de Domínguez, Leona Vicario y Mariana Rodríguez del Toro; Carmen Serdán, María de la Luz Espinoza y Carmen Vélez, “La Generala”, entre otras, jugaron un papel relevante en la guerra de Independencia y la Revolución. Elvia Carrillo Puerto, La monja roja del Mayab, fue una de las precursoras del voto femenino en nuestro país –junto con María Lavalle Urbina y Adelina Zendejas, entre muchas otras– y la primera diputada electa en Yucatán.
Amenazada de muerte, Elvia se refugió en Ciudad de México, donde prosiguió su activismo. El sufragio a la mujer se concedió en 1947, pero sólo podían participar en elecciones municipales, incluso como candidatas. Seis años después, durante el Gobierno de Adolfo Ruiz Cortines, la igualdad de derechos políticos se logró mediante una reforma al Artículo 34 de la Constitución. El debut de las mujeres en las urnas ocurrió el 3 de julio de 1955 para renovar el Congreso Federal, formado entonces por 162 diputados.
En ese proceso (1955) resultaron elegidas Remedios Albertina Ezeta (Estado de México), Margarita García Flores, Guadalupe Urzúa Flores y Marcelina Galindo Arce, todas del PRI. La primera diputada de oposición fue Macrina Rabadán (PPS), electa en 1958. Nueve años después, Alicia Arellano (Sonora) y María Lavalle Urbina (Campeche), ambas del PRI, se convirtieron en las primeras senadoras. En 1988, Ifigenia Martínez ingresó a la Cámara Alta bajo las siglas del PRD.
El camino de las mujeres en la política ha sido largo, sinuoso y plagado de obstáculos, sin faltar el acoso.
Cierto líder priista de Coahuila, en un lapsus célebre, dijo: “El PRI es un partido de piernas abiertas”. Tras más de un siglo de lucha e impulsadas ahora por la ola violenta, esta vez tienen en sus manos la posibilidad de crear condiciones para llevar a una de ellas a la Presidencia.
Pero en estos momentos, ¿quién? ¿Claudia Sheinbaum? ¿Margarita Zavala? Después de gobiernos del PRI, PAN y Morena ineficaces, conviene recordar las palabras de María Fernanda Espinosa, expresidenta de Naciones Unidas: “Las mujeres deben demostrar a cada paso que son aptas, capaces, competentes”, pues su participación en la política “promueve la estabilidad económica y contribuye a fortalecer las instituciones”.
Este texto es responsabilidad única, total y exclusiva de su autor, y es ajeno a la visión, convicción y opinión de PorsiAcasoMx.