Sólo falta que los partidos oficialicen las listas de sus candidatos para las elecciones de diputados del 7 de junio. Algunos nombres son una bofetada y provocan escalofríos por impresentables. Como si entre sus militantes y en la sociedad no existieran perfiles idóneos y decentes.
Como si los coahuilenses fueran masoquistas o estuvieran genuflexos y castrados para votar por apellidos sinónimos de caradurismo, corrupción, nepotismo. Como si el Estado gozará hoy de salud financiera y no estuviera sumido en una crisis por la megadeuda impune legalizada por secuaces del moreirato. Como si las oposiciones aquí –sobre todo el PAN y Morena– fueran eso y no comparsa. Qué vergüenza.
Sergio Rodríguez me deja este comentario en la columna de ayer (Impuesto salvavidas). Cito: “Es un peligro que el Congreso de Coahuila sea priista; es un gran peligro seguir escondiendo la megadeuda y disimulando gobernar con justicia.
“Martínez y Martínez dejo una deuda donde cada ciudadano coahuilense debía 10 centavos; 5 años después cada ciudadano debía 11 mil pesos. Deuda aceptada por un Congreso priista en un solo día (36 mil millones de pesos)”. El desastre ocurrió en el Gobierno de los Moreira.
“Coahuila –dicen– es el estado más priista del país”, gracias al clan. Y Saltillo, el municipio más tricolor de los 38 de Coahuila. ¿Motivo para sacar el pecho o guardar la cara? El tema da para más, pero me detengo para señalar que en todos los partidos existen excepciones, garbanzos de a libra.
Es el caso del diputado federal (2006-2009) que asistió a todas las sesiones y abrió casas de gestoría para canalizar ayuda federal a las comunidades y municipios de su Distrito (Coyote, Matamoros, Parras, Viesca y Torreón), las cuales solventó con una parte de su sueldo.
Declinó viajar al extranjero con cargo al presupuesto para no hacer “turismo legislativo”; votó “por conciencia” contra iniciativas de su propio partido (PAN) y al final de la sextuagésima Legislatura donó su bono de ahorro –600 mil pesos– a Cáritas de Torreón.
Cuando le ofrecieron una delegación federal y la candidatura a la Alcaldía de Torreón, las rechazó para cumplir su promesa de no dejar el cargo para ir por “otro hueso”. Muchos de sus compañeros de bancada aceptaron y algunos cambiaron de ideología “al ver amenazado su futuro en el partido donde militaban”. Cuatro legislaturas después, Carlos Bracho González reconoce que la mayoría abrumadora que votó por Andrés Manuel López Obrador (AMLO) lo hizo decepcionada de los otros dos sistemas de Gobierno.
“Y a lo mejor me estoy dando un balazo en el pie –dice–, porque pertenezco al PAN, que gobernó dos sexenios, pero a muchos no les gustó (la alternancia) por las prácticas incorrectas de ambas administraciones, panistas o priistas; políticos de uno u otro partido no hicieron bien las cosas, no se portaron bien. La gente tiene derecho de votar por otra opción y así lo hizo. Aun así, yo sigo como militante del PAN, cumplo con asistir a las asambleas y lo que corresponda”, señala.
Bracho no descarta volver a la política, pues el servicio público no ha dejado de llamarle la atención. “Aunque suene romántico, debe ser un trabajo que repercuta en bien de los demás. Los recursos públicos deben ser sagrados, porque son sacados del sudor de la gente que trabaja”. A López Obrador se le debe reconocer que “no es un ratero”, lo cual no es poca cosa, pues “el hecho de que un político no robe ya es una bendición”, apunta. ¿Por qué, con perfiles así, los partidos recurren a cartuchos quemados y no dejan de dar palos de ciego?
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