Existen muchos tipos de héroes. Los hay con capa, visibles, famosos e increíbles. Hay otros asignados por la historia, esa narrativa que dictan los triunfadores. A ellos se les coloca el mérito de habernos dado patria y libertad. Pero también existe un tipo diferente de héroes: los anónimos, improvisados, circunstanciales y que muchas veces la historia ha olvidado.
Uno de estos últimos es Jesús García Corona, mejor conocido como el Héroe de Nacozari, quien a sus 25 años de edad dio su vida por salvar a su pueblo. Y aunque dudo mucho que exista algún estado de la República que no tenga una calle, una escuela, un bulevar o una colonia con este mote, no es a él a quien se homenajea, sino a su hazaña.
García Corona era un maquinista, quien fue ascendiendo rápidamente los peldaños de la empresa minera para la que laboraba, la Moctezuma Copper Company. Un buen día tuvo que transportar 4 toneladas de dinamita para la expansión de la mina y un mal acomodo del cargamento, aunado a una falla en el contenedor de las chispas de la caldera, generó una situación de riesgo que dio la alerta inmediata a los responsables.
El joven Jesús, sin pensarlo dos veces, dirigió con pericia y de forma expedita la locomotora a toda velocidad lo más alejado de la mancha urbana de Nacozari, en el estado de Sonora, exhortando a sus compañeros a saltar del tren. Dicen que el estruendo de la explosión se escuchó a más de 16 kilómetros de distancia, pereciendo el maquinista al instante.
Sus restos, lo mismo que los de la locomotora, quedaron esparcidos en centenas de metros a la redonda. En la tragedia perecieron otras 12 personas, pero con su acción, García Corona evitó la muerte de centenares, quizá de millares más. Aquel era un 7 de noviembre de 1907 y desde 1944, por decreto presidencial, se celebra en ese día a los ferrocarrileros.
El Héroe de Nacozari, y subrayo héroe en singular, ya que muchos tienden a pluralizarlo en virtud del desconocimiento de su gesta heroica, tiene nombre y apellido: Jesús García Corona. Ojalá tengamos más mexicanos como él, quien en un acto reflejo ofrendó su vida por salvar la de otros. Eso hacen los héroes, o cuando menos la mayoría, y justo es que se les pague con la gratitud del recuerdo constante.
Es cierto que no hay acto de amor más sublime en el mundo que sacrificar la propia vida en aras de un bien mayor o salvar la de otros, sobre todo si no son familiares cercanos, pero los tiempos han cambiado y ya no se necesita morir para ser héroe. Basta con que dejemos de actuar en forma egoísta y pensamos más en el prójimo y en el bienestar común.
¡Felicidades a los ferrocarrileros en su día!
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