Grandes críticas y comentarios jocosos se han generado en las redes sociales por la presencia de actores, actrices, artistas, deportistas, cantantes, futbolistas y hasta luchadores en las listas de las candidaturas a las diputaciones federales y otros puestos en disputa, de algunos partidos políticos, para la próxima elección. ¿Es justificada su participación en la política?
En las sociedades de todos los países existen tres tipos de individuos: las personas, las personalidades y los personajes. Las primeras son los sujetos promedio, la mayoría de sus integrantes, que se comportan y actúan de una forma normal para los cánones de la comunidad; las segundas son las personas reconocidas por ocupar una posición especial lograda por esfuerzo o por circunstancias de la vida; y los terceros son aquellos pocos que han sobresalido forjando una marca personal a base de méritos propios y por mostrar un comportamiento pertinaz alejado de la normalidad en cualquiera de sus extremos, ya sea virtuoso o disoluto. Podría decirse que al que me refiero forma parte de este último grupo.
Los personajes son personas, ciudadanos, y por lo tanto tienen todo el derecho de aspirar a un puesto de elección popular. En el caso de la Cámara de Diputados es, o debiera ser, una representación de la población, y si en México hay deportistas, artistas y actores, en el Congreso también debe de haberlos, como debe de haber maestros, abogados, doctores, comerciantes y campesinos, por mencionar algunas actividades. También debería existir una representación por grupos demográficos y étnicos.
El problema para las democracias se genera cuando esos personajes se aprovechan de la circunstancia y de su fama obtenida con propósitos de distinta naturaleza para atraer el voto. El problema para los gobiernos es la supina ignorancia de algunas de estas figuras en los temas trascendentales para la nación.
Al carecer de propuesta política y de ideología propia tienen que recurrir al personaje que les dio gloria. Resulta patético ver cómo Carlos Villagrán llega a las reuniones comportándose como “Kiko” y llamando “chusma” a los presentes, o cómo Paquita la del Barrio se expresa en sus discursos de campaña con su típico lenguaje florido, dirigido a los “inútiles” presentes.
La política es cosa seria. Para resolver los grandes problemas nacionales se requiere de personas con capacidad, experiencia, voluntad y honestidad, para que se conviertan en personalidades efectivas y de respeto, y no de personajes que no aporten más que la puntada y la grosería. Además, los personajes candidatos suelen haberse comprometido con una agenda partidista, así que ni siquiera llevan la representación del gremio al cual se deben.
Repito, no estoy en contra de que artistas y actores ocupen cargos públicos, siempre y cuando cuenten con los méritos para acceder a ellos. Recuerdo casos de excepcionales tribunos en las figuras de Ignacio López Tarso y María Rojo, por mencionar solo un par de ejemplos. Si queremos gobiernos eficientes y eficaces, démosle a la política la seriedad que merece.
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