A mediados de los 70 terminaba mi educación básica en San Felipe de Linares, era mi paraíso, el pueblo más importante de la importante Zona Citrícola de Nuevo León, donde el transporte ordinario era la bicicleta y los contados 3-4 camiones de la incipiente ruta urbana pública.
Con mucho empeño me había ganado el derecho a ir a la Fase Estatal del Concurso Nacional de Conocimiento en Educación Primaria (no recuerdo el nombre exacto de la competencia).
El premio para los niños ganadores de cada estado era acudir a un convivio con el Presidente de México, en Los Pinos.
Ahora, con el acercamiento de la tecnología y las formas de Gobierno, quizá es difícil dimensionar lo que en ese tiempo significaba un reconocimiento de ese tipo, por lo que para todos era un sueño.
Mi maestra confió en mí y me preparó por muchas semanas todas las tardes después de clases normales. Puso su tiempo, conocimiento, experiencia, dedicación y principalmente su confianza en mí.
Recuerdo que un par de semanas antes del concurso practicábamos tenazmente cada matería a fondo, y cayendo la noche regresaba a mi casa saturado del esfuerzo.
Era un niño de 11 años y sólo sentía esas ganas de agradar a mis padres y maestra ganando esa competencia, en la que un año antes mi hermana Raquel había quedado a un paso del triunfo, logrando el 2º lugar.
Ante ese logro de Raquel, nuestra Escuela Primaria “Manuel María Doria” se llenó de orgullo, pues según nos dijeron era la primera ocasión que conseguía un logro similar.
El día del examen llegó y la competencia de conocimiento se desarrollaba por materias. En el transcurso de los exámenes fui acumulando 3 preguntas sin contestar respuesta… el pánico se apoderó de mí.
Sin embargo, proseguí hasta terminar.
Al salir del aula en el último examen, un sentimiento de desilusión y vergüenza me inundó.
Sentía que había fallado: ¡A mis maestros, mi familia y a mí mismo!
No había podido controlar ese pánico y mi incertidumbre era mucha.
Pero ella estaba ahí, y lo primero que me dijo fue: “Mundo ¿cómo te fue?”.
Recuerdo no sostener la mirada, no podía verla a la cara.
Puso su mano en mi hombro y dijo: “Vamos a esperar los resultados, no te preocupes, todo estará bien”.
Tras eso, entró con el Jurado a calificar los exámenes de todos los concursantes. Después de 40 minutos salió.
Yo estaba pensativo y sintiéndome muy culpable. Ella lo notó y me dio un gran, cálido y reconfortante abrazo. Dijo: “¡Un 3er. lugar no es nada malo, Mundo!”.
Luego agregó: “Tú eres el mejor… tú sabías las respuestas. Todas las habíamos practicando, lo hiciste muy bien”.
No dejó de seguir animándome ese día.
El día de mi más difícil examen, aprendí a siempre creer en mí y que un número, una calificación, una estadística, pueden ser circunstanciales, pero aún en esos momentos no hay que ver las cosas negativas solamente, hay que aprender de los reveses que nos da la vida en todos los ámbitos para no repetir aquello que hicimos mal o dejamos de hacer, para poner nuestro mayor empeño.
Pero principalmente en que el éxito tiene muchas medidas, y en algunas ocasiones no consiste en subir al podio, sino en el impacto que esa participación tiene en nuestras vidas y nos marca en la conciencia, el alma y la determinación.
Vaya… de esas muchas veces que aunque pierdes, realmente ganas.
MI ETERNO AGRADECIMIENTO
Profesora Silvia Guerra.
Raymundo Mendoza
Médico por la UANL; certificación por The Hearing house of Minneapolis Minnesota en Audiología; Director en Audiologycal Medical Center; miembro de la Asociación de Otorrinolaringología de Nuevo León; miembro de Asociación de Geriatría de Nuevo León. Disfruta de la familia, la naturaleza, los animales y el futbol.
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