+ El romance antes de la pandemia.
+ Atrapado entre dos flechazos a primera vista a más de 10,000 metros de altura de Monterrey a Miami.
+ ADELANTE.- ÉL: Torso largo, delgado y firme, pecho platinado, rasguñando los 80; ELLA: Reina de todo, raza blanca de metal y aferrándose a los 70. Los ancestros del Macho Alfa y la Mujer Empoderada de hoy. Vienen de la misma élite universal con sus añiles historias al hombro.
+ ATRÁS: Ambos de unos 15. Párvulos de mundos opuestos pero con la misma mirada e intención de descubrir, de descubrirse… ser por vez primera.
Saltillo, Coah.- En días de cuarentena, inquieta y hace reflexionar la impersonalidad del único antídoto que en estos momentos hay para alejarse de la pandemia. El aislamiento social me recordó un par de acontecimientos en un vuelo de allá por la primavera del 2016, historias impensables a partir del 2020.
ABORDAJE
Iba muy emocionado por conocer ese paradisiaco lugar. Sentado en la parte final del avión veo llegar a una familia “típicamente regia-sampetrina”.
El PAPÁ, en sus 40s, apariencia impecable relajada, atlética, con pantalón de mezclilla deslavado, camisa a cuadros (todo de reconocida y carísima marca), pelo y barba rala estéticos. La imagen “fresona” del joven Director ya sea de su propia empresa o ejecutivo de un corporativo, celular en mano. Dueño y señor del área, muy machín.
La MAMÁ, de rasgos finos, figura que cumple con los estándares de la perfección en la cultura regia. De no ser porque responde al llamado de “mamá”, no se adivinaría que está por llegar a las cuatro décadas. Peinado y maquillaje de primera. Amable, educada y cariñosa.
imposible no percatarse de la presencia de la familia pues llegan con gran alboroto para ocupar sus asientos tres filas atrás de donde estoy.
El ABUELO: Rasguñando los 80. Es un tanto frustrante que un hombre en las ocho décadas se vea en mejor figura que la mayoría de quienes estamos sentados en esta zona del avión. Macho alfa, vaquero de elegancia, rozando el 1.80 metros de estatura con espigada anatomía, pecho platinado, cabellera blanca abundante. Le toca sentarse dos filas ADELANTE.
El HIJO: Debe andar por los 13-15 años, digno hijo de semejantes ejemplares. Mamó lo mejor de la genética de ambos, cabellera como El Sol de México. Sólo de verlo causa escozor esa combinación de humor puberto e ínfulas de finura. Le toca en la fila de ATRÁS mío y retirado a dos del resto de su familia.
A PRIMERA VISTA
Cuando estamos casi todos en nuestros lugares abordan los últimos dos pasajeros.
ELLA: Debe estar aferrándose a los 70, su figura sin duda es de alguien que no llega a los 50. Postura, outfit y actitud de Reina. Bella eterna. La firmeza y perfección de rasgos denotan lo logrado más allá de clases de yoga o gimnasio. Es elegante y gentil a su paso.
Llega junto al ABUELO, quien al percatarse, se endereza, saca el pecho, expande hombros, gana 5 centímetros de estatura. Para que ella pase a ocupar su lugar él se pone de pie. Con gran sonrisa, como cuando encuentras un tesoro perdido, plancha su rostro jalando las orejas arriba y atrás. La voz que era baja –más de fastidio que de cansancio–, ahora estereofónicamente profunda da las buenas tardes: “Por favor, pase”.
ÉL: Mientras esto sucede, una azafata llega con un jovencito no mayor de 15 años. Viaja solo y por eso lo acompaña hasta su lugar, el único que seguía vacío en la zona, justo ATRÁS mío, junto al HIJO. A diferencia, este chico luce bastante más sencillo tanto en ropaje como en actitud, algo nervioso, tímido. Ojos grandes, como asustado, tez morena e impecablemente acomodado su pelo corto.
ADELANTE
ELLA seguramente acumula más horas de vuelo que el capitán o la tripulación, por eso resulta gracioso que el ABUELO se ofrezca a ajustarle el cinturón de seguridad, iniciando así una tímida y galante conversación, pues eso de ¿a qué te dedicas? ¿tienes hijos, nietos… bisnietos? Pues como que no aplica, pero tampoco podría ser algo como el pulso cardiaco, padecimientos o medicamentos.
Es apenas audible, pero me parece que hablan de viajes, de anhelos por cumplir, de sueños logrados. De inolvidables experiencias y recuerdos por venir. Las frases cortas se convierten en exclamaciones con altas y bajas emociones. Con elegantes carcajadas y un perceptible y fino acercamiento.
¡Eso chingones, son mis ídolos! Esta pareja debió escribir el manual y ahora dan una cátedra.
Con mucha pena –no es cierto, con poquita pena– volteo para checar si alguien me había sorprendido invadiendo la intimidad de esos dos desconocidos. Más de tres hombres y una mujer tenían su cuello estirado cual jirafas, ojos fijos y total atención en la pareja invernal, agudizando la escucha y la vista. Uno de esos intrusos se percata y me regresa la mirada con una mueca de divertida complicidad.
ATRÁS
En eso estaba con mi nuevo colega espía, cuando la voz juvenil en la fila de atrás capta mi atención. Lo último que recordaba es que cuando ÉL llegó a ocupar el lugar de junto, el HIJO, al retirarse la azafata, le dijo: “¡Ah chingao! ¿Y eso, a poco vienes solo? ¿tus papás están en Miami o qué?”, iniciando una conversación en la que no me entrometí por estar atento hacia ADELANTE.
En ese momento me doy cuenta que todos alrededor guardaban un silencio inusual.
Era difícil encontrar sentido a las preguntas que el HIJO insistentemente le hacía a ÉL, quien sólo contestaba con monosílabos, precavido al extremo pero haciendo pausas que invitaban a insistir, que dejaban esperanza de una respuesta. El de la cabellera de Sol poco a poco consigue arrancar respuestas, hasta el punto en que de pronto ambos ríen e intercambiaban secretos sobre juegos, estudios y sueños… y luego sobre la relación con padres y hermanos y luego de sentimientos (¡!).
“Oye, cómo te digo… o sea, no te vayas a enojar eh… o sea ¿te gustan los hombres?” pregunta a rajatabla el HIJO.
Más de uno nos atragantamos con cacahuates y papas de las minibolsitas, otros escupieron lo que bebían. Pero nadie se atrevió a mirar a su alrededor, todos esperábamos la respuesta con la vista al frente, como si nosotros hubiéramos hecho la pregunta, como si cualquier movimiento, incluso la respiración, fuera a delatar nuestra presencia al par de chamacos enamorados.
Algo me incomodaba hondo al escuchar su conversación. Me rascaba adentro de la cabeza, me rascaba en el pecho, en el estómago, en los… no sé, pero me rascaba penosamente.
Cómo explicar. Vaya, el mozalbete resultó un verdadero depredador en el romance. Era el cachorro de león en su primera cacería, pero esa en la que para tener éxito es necesario ponerte en la línea de fuego y estar dispuesto a todo, expuesto a que un puñado de desconocidos viviéramos su declaratoria en primera fila y con dulcería incluida. Insistentemente volteo a ver a los padres, quienes parecían haberse quedado en la sala de espera del aeropuerto en Monterrey. No escuchaban ni veían nada.
“O sea, no te digo para que te enojes, puedes confiar en mí. Es que nunca había conocido a alguien como tú, nunca nadie me había caído tan bien como tú, porque con nadie me había identificado tanto. O sea, yo no soy gay, pero quiero que seamos amigos”, insistía el HIJO con cautelosa candidez y exponiendo su ser a los oídos clandestinos.
“¿Cómo te digo? ¿O sea te gustan los hombres y eso?”.
No hubo contestación audible de parte de ÉL, pero la entonación y las palabras con las que siguió hablando entusiasmado el HIJO nos daban la respuesta a todos. Algunos levantaban la ceja esbozando una sonrisa nerviosa o de empatía, o de esas que simplemente surgen cuando no se sabe qué hacer ni qué se está sintiendo.
Siguieron compartiendo sus juveniles sentimientos y planes, el HIJO repetía: “Es que nunca había conocido a alguien como tú, quiero que sigamos siendo amigos, que nos veamos luego, que me escribas, platicar”, y ÉL reía tímidamente. Poco a poco fue cediendo y hablaba ya con gran entusiasmo. Se intercambiaban números telefónicos y cuentas de redes sociales, hacían planes juntos. En este punto no había presa ni cazador, el calor primaveral no dejaba espacio en el avión, aunque afuera la temperatura era congelante.
ADELANTE
El ABUELO ordenaba bebidas y juntos daban rumbo a la conversación. ELLA transformaba su elegancia en una cálida cercanía y brindaban. Alguna vez probaron la bebida del otro para dar su opinión. Cara a cara, a 20 centímetros de distancia, conversaban de sus recuerdos del porvenir. Con renovado entusiasmo planeaban coincidir, su lenguaje corporal emitía un abrumador enamoramiento.
Fue ver a Clark Kent y Diana Prince transformarse sin cortina de por medio. Esta pareja está en la cima de la cadena alimenticia.
LOS PADRES
A pocos minutos de aterrizar, por primera vez en el vuelo los PADRES se alejan de su conversación tan cerrada, tan exclusiva entre dos, alternada con revisión a los celulares y uno que otro pestañeo. Parece que para ellos el avión es una extensión del hogar, donde mientras hacen cuentas, organizan calendarios y discuten desacuerdos y acuerdos familiares, los hijos hacen lo suyo y ni unos ni otros cruzan fronteras en sus afanes, al grado de hacerse invisibles mutuamente.
El matrimonio no se ha percatado del par de explosivos momentos que surgen a más de 10 mil metros sobre el suelo.
El PAPÁ se levanta y caminando hacia EL HIJO le recuerda a voz alta que ya casi llegamos, que no deje olvidado nada. El joven de la cabellera de Sol se ve sorprendido por esas palabras y sólo atina a recargarse con un sobresalto, saca aire, toma aire y sus manos se aferran fuertes al descansabrazos del asiento y su movimiento hacia atrás empuja al compañero de junto.
MAMÁ también se levanta y avanza un poco en el pasillo con dirección al ABUELO. Regresa con PAPÁ y de pasada echa una mirada al HIJO, quien seguía petrificado.
Fueron momentos sumamente incómodos para todos. Y digo para todos porque la mayoría de quienes estábamos a tres metros a la redonda éramos intrusos por accidente de ese flechazo que cruzaba los cielos. La única forma de no ser involuntarios testigos era ir dormido, ponerse los audífonos o simplemente no haber estado ahí.
SIN TREN DE ATERRIZAJE
Luego de unos tres minutos de sepulcral silencio, mientras metros más adelante ABUELO y ELLA ríen casi en sincronía, ÉL pregunta ilusionado si por la noche seguirán platicando por Whats App, a lo que EL HIJO escupe: “Nel wey… a poco te la creíste. O sea, yo no soy JOTO, o sea no mames, es puro cotorreo, puro cuento. A mí no me gustan los hombres, cómo crees… a mí me gustan la viejas”.
Fue como si de golpe se abriera un hoyo en el avión y entrara el aire a más de 800 km/h que todo lo congela. O más bien son ráfagas ardientes dejando sólo cenizas a su paso… o la verdad no sé ni qué diablos es, pero así se siente.
“Es que era como que de juego, no te la vayas a creer, no soy JOTO ¡qué chingados! O sea si tú eres, es tu pedo. Es más, ya no estés chingando o te pongo un putazo”, advierte bajando el volumen.
ABUELO y ELLA parecen acordar lugar y hora para más tarde… y para luego en Monterrey y para luego en la vida, convertidos en los Reyes en un viaje sobre el dragón.
PIES EN LA TIERRA
El chico de la cabellera ríe en tono bajo e insiste: “Ya no estés chingando, voy a oír música. No me estés hablando”. Fulminante.
Los siguientes minutos no puedo describirlos. ÉL no volvió a pronunciar palabra. Juraría que ni siquiera respiraba. En algún momento quise voltear a verlo, no sólo yo, adivinaba esa intención en otros.
Ninguno de los morbosos testigos la vimos llegar. Nadie. Nos sorprendió y estábamos sumidos en un perturbador silencio.
Al aterrizar y frenar el avión, tan pronto pudo EL HIJO tomó sus cosas y se fue al encuentro de la familia en el pasillo, donde todos celebraban llegar a sus paradisiacas vacaciones.
Aunque giré hacia ATRÁS, la verdad no pude fijar la mirada en el descorazonado adolescente. No puedo decir cuál era su semblante.
EL HIJO se adelanta unos metros para emparejar al ABUELO y ambos se funden en un abrazo mientras caminan hacia el frente del avión. Esa foto del momento debió ser toda en blanco y negro, sólo ellos cuatro a color. Ahora cada uno bajaba con una nueva historia de vida, sólo ellos sabrán si para disfrutarla o para olvidarla, lo cierto es que los cuatro nos recordaron que el animalísimo impulso siempre se abrirá paso, desde el primer brote hasta la última hoja que cae del árbol.
ELLA tiene el rostro de la esperanza y sin prisa por bajar de la nave, se han topado con la inesperada y siempre verde Primavera. Antes, los románticos se despidieron con un gran abrazo y amistosos y prometedores besos. Era el romance en los tiempos antes del COVID 19.