Señora, aún tenemos cuatro cuerpos para necropsia de mujeres como su hija, tenga paciencia, pidió una empleada del servicio forense de la colonia San Pedro Barrientos (Edomex), en la madrugada del miércoles 12 de febrero. La madre sobrellevaba con entereza la espera de más de diez horas para retirar los restos y trasladarlos a su natal Oaxaca.
Todas muestran signos de violencia, le especificaron, lo cual hacía más prolongada la demora. El cuerpo de Atziri, hija de Estela, una chica treintañera, jovial, que laboraba en una fábrica textil cercana a la autopista que lleva del Estado de México a Querétaro, había sido encontrado por su pareja, en la mañana anterior, en el departamento que compartían en Tlalnepantla, aunque tenía unos dos días de fallecida por estrangulamiento. Cinco casos en tan solo un día de cuerpos de mujeres, cuyas muertes se podían asociar a feminicidio. El dato impactó a aquella madre, aun con la pérdida sin asimilar de la hija que en más de una ocasión le comentó de las riñas y peleas a golpes con su pareja.
Las estadísticas, basadas en los datos de las investigaciones abiertas en las procuradurías por muertes violentas, muestran que en promedio se registran 10 asesinatos diarios por feminicidio en México, con la agravante de que en 95% de los casos, sus perpetradores, es decir hombres, no son sentenciados.
El Secretariado Ejecutivo de Seguridad Pública contabiliza que Edomex fue en 2024 el estado con mayor número de casos de feminicidio (73), seguido por Ciudad de México (65) y Nuevo León (60), lo cual no llama a sorpresa lo que supo de madrugada esa madre, una mujer que gana algo más que el salario mínimo como empleada en una casa, y a la cual estos datos le son ajenos como a tantas a las cuales la cotidianidad del feminicidio le puede caer encima a bocajarro. Esos cinco casos de presunto feminicidio, permiten dar cuenta de que en Edomex la tasa de cifra negra del delito está por encima del 90%, al igual que en el promedio del país. De lo contrario, no se entendería en la estadística cinco casos para una sola morgue en apenas 24 horas.
Si bien unas 3 mil mujeres, niñas y adolescentes son asesinadas por año, solo 24% se registran como feminicidio (797 en 2024). Pero para las organizaciones de la sociedad civil que analizan y llevan registros de casos, el porcentaje debería elevarse a 50% de crímenes cometidos contra ellas por misoginia. Allí se preguntan también cómo puede ser que las denuncias que se investigan por el delito de aborto (794) puedan ser similares a las 797 de feminicidio.
Las cifras saltan más alto en los registros oficiales de muertes de mujeres, donde otras 2 mil 598 fallecieron en 2024 por crímenes catalogados como dolosos, y que no pueden bajar desde el 2016 de la meseta de más de 2 mil casos anuales. Los datos sobre lesiones infligidas a mujeres y denunciadas tampoco escapan del promedio por encima de las 60 mil de 2015 y que el año pasado fueron de 67 mil 807.
Al mismo tiempo que Estela esperaba los resultados de la necropsia de su hija, al igual que otras cuatro familias en la morgue de Tlanepantla, se hallaba por esas horas el cuerpo de Ana Carolina Saucedo en un bosque de Monterrey, un caso que adquiría rango mediático, lo cual no sería así en los decesos de Edomex. El registro del fallecimiento de Atziri entregado a última hora de la madrugada fue catalogado finalmente como «asfixia por ahorcamiento, muerte violenta» y se prohibió la cremación. La madre no quiso abundar ante el ministerio público sobre los hechos de violencia que conocía de la pareja y se llevó el cuerpo a inhumar a Oaxaca. El hombre, que le avisó del hallazgo de Atziri y aceptó su salida de la casa por varios días luego de haber discutido, al recuperar la libertad, una vez conocida la necropsia, sollozó ante la madre y le pidió perdón de rodillas. «No tengo nada que perdonar», dijo ella imperturbable y contenida. «Pídeselo a Dios, en todo caso», cortó. En el cuento «La cena de Elsinor», de Isak Dinesen, dialogan dos mujeres. «¿No es terrible que exista tanta mentira y tanta falsedad en el mundo?», dice una de ellas, a la que la otra contesta: «Bueno, ¿y qué? Peor sería que fuese verdad todo lo que se dice».
Hágase la luz
Chile tuvo la tarde y noche del 25 de febrero su revival pandémico. Un apagón eléctrico de más de siete horas desequilibró la vida cotidiana en los más de cuatro mil kilómetros de territorios que como una línea interminable que parece tragarse el Pacífico van del norte al extremo sur del país. En la hora pico del calor, pasada las tres de la tarde, se desconectaron el metro, los semáforos, internet, cajeros automáticos, refrigeradores, aires acondicionados. Infinidad de actividades se volvieron inocuas: oficinas, escuelas, comercios, gasolineras, el Festival de música de Viña del Mar. Más de ocho millones de personas afectadas. Fue un clásico desaseo de las empresas privadas operadoras del servicio eléctrico en los tórridos veranos que el cambio climático va convirtiendo las praderas australes del continente.
El espejo chileno sería complejo repetir aquí. La naturaleza nos ha segmentado de tal manera, que la chamarra nos acompaña en la mañana y la playera sobra a las cuatro de la tarde. Los cortes se sufren por zonas, pero no se propagan como peste. Aun así, los efectos de las altas temperaturas que ya no tardan en instalarse —los 15 de marzo son su punto de partida, dicen los estudios meteorológicos— dejan sus rastros: 2023 tuvo 419 casos de muertes por calor y en 2024 alcanzó a 331 defunciones. Pero los datos previos del registro de la Secretaría de Salud explican qué tanto las temperaturas altas se han instalado. Si juntásemos todos los decesos de 2012 a 2022, el promedio da 29 casos. Sumados esos 10 años, alcanzan a 320 muertes, algo menos a la estadística del año pasado.
Quiso la suerte —ese atributo de la Providencia, según Eric Ambler— que el apagón chileno fuese a media tarde y no después de las ocho, cuando el sol cae sobre las aguas del Pacífico y aquello se convirtiera en un caos para quienes anduvieran en la calle. El azar dejado a la naturaleza aportó en México lluvias tan intensas en 2024 que apagaron en julio los fuegos de un calor extremo y liquidaron por un rato la sequía amenazante para el abasto de agua, el otro problema aparejado. Más de un funcionario de un Estado sin políticas preventivas, pudo quitarse el sudor cuando ya se comenzaban a pensar, porque otra opción no había, en medidas impopulares para racionalizar el agua.
Bebés y adultos mayores son los más sensibles a las altas temperaturas, pero los datos de fallecidos, según el Inegi, son trabajadores de la calle —ambulantes, choferes, obreros, agricultores— menores a 49 años. El cambio climático también se ensaña con quienes cuentan con menores recursos —apartheid climático se le ha denominado—. Los datos científicos como los analizados por Oxfam señalan que en cinco años las emisiones per cápita derivadas del consumo de las personas más ricas del mundo (el 1%) multiplicarán por más de 22 el nivel compatible con el objetivo de limitar el calentamiento global a 1.5° centígrados. Mientras las personas y países ricos son los causantes de la crisis climática, las personas más afectadas por sus impactos son aquellas que viven en la pobreza —principalmente mujeres e indígenas.
El corto plazo es poco alentador para resolverlo. La opción de cobrárselo a los ricos como proponen Oxfam y Luis Lula da Silva, no halla eco entre quienes deben sacar la billetera —Carlos Slim, uno de los que más contamina en el mundo por el tamaño de su riqueza, se ha negado a pagar impuestos a la fortuna—, y los acuerdos como la cumbre climática COP29 de noviembre pasado, han sido asumidos como un fracaso hasta por algunos de sus firmantes. Ya Donald Trump dispuso cesar o revocar compromisos financieros sobre cambio climático. Muchos le seguirán.
Si entrada la noche chilena alguien se puso allí a mirar el cielo oscuro, seguramente descubrió, dentro de la pesadumbre del apagón, la belleza de un cielo cóncavo —así se ve allí, y no plano como en esta parte norte del continente— plagado de estrellas titilantes, y un bullicio nocturno extinguido varios decibeles para satisfacción del silencio. Llevar a la práctica apagones como el chileno se antoja una opción, aunque no resolverán los aumentos de temperatura que los Gobiernos se niegan a resolver. Como la pandemia, sí podrán poner un rato de sensibilidad sobre lo que hacemos y nos rodea, aunque el mundo que le suceda después potencie una etapa superior al horror.
Darío Fritz es periodista especializado en elaboración, edición y gestión de contenidos en medios de comunicación. Premio Planeta de Periodismo 2005 por la coautoría del libro Con la muerte del bolsillo. Seis historias desaforadas del narcotráfico en México, y Premio Nacional de Periodismo por un reportaje de investigación. Coautor de El libro rojo en el FCE. Editor de la revista BiCentenario.
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