Los que tengan mi edad, o más años, recordarán con toda seguridad un spot televisivo que se transmitía allá por principios de la década de los 80´s y que era auspiciado por el Instituto Nacional del Consumidor en el que unas simpáticas marionetas de peluche entonaban una melodía pegajosa que decía “regale afecto, no lo compre, lo importante es convivir, trabajo le cuesta ganar el dinero y no vuelve si lo deja ir”.
Desconozco cual sería la postura al respecto, hace 40 años, de las cámaras empresariales, sobre todo las de comercio, las industriales o las restauranteras, pero ahora no dudo de que pondrían el grito en el cielo. Los promotores de eventos de derrama económica como El Buen Fin hubieran manifestado su inconformidad de forma por demás elocuente.
Promover el ahorro en la comunidad es una política de responsabilidad, y más en una sociedad en la que el dinero es una especie de braza caliente en las manos de sus receptores que tienen la costumbre de gastarlo tan pronto lo reciben. Motivar que los ciudadanos generen un ahorro en épocas de vacas gordas para mitigar los efectos de la sequía presupuestal cuando llegue, parecería una buena idea.
¿Qué pasó en estas 4 décadas? Antes era la autoridad encargada de velar por los intereses del consumidor la que hacía campañas para evitar el consumo. Ahora, es la que lo promueve y, claro está, vela para que los ciudadanos no sean estafados y reciban los productos y servicios a satisfacción.
Yo creo que en esos años nuestra economía maduró. Es cierto que en parte nos contagiamos de la fiebre consumista de Estados Unidos, pero también influyó el hecho de que comenzamos a sustituir importaciones, a hacernos más eficientes y a incrementar nuestra productividad. Ahora el consumir significa mantener nuestros empleos y sana a nuestra economía. Pero, como todo, los excesos son malos. Ni tan lejos que no alumbre al santo ni tan cerca que lo queme.
“No abra su cartera, abra el corazón, regale afecto, no lo compre”, terminaba el spot que promovía el ahorro, muy adecuado para esta semana en la que celebramos el amor y la amistad. Y con esto no quiero decir que no compremos un detalle para la persona amada o los seres queridos. Si está en nuestras posibilidades y no compromete nuestra economía, es saludable que apoyemos el ciclo económico gastando con responsabilidad en estas fechas.
A lo que me refiero es que las cosas realmente valiosas de la vida, lo que más valoran nuestros seres queridos, y que coincide con la cantaleta del spot en mención, no se compran con dinero. El tiempo que les podamos dedicar, las palabras cariñosas, el detalle oportuno, la caricia sentida, el beso inesperado. Cualquiera de estas acciones vale más que el regalo más grande que podamos comprar o las flores más olorosas que podamos encontrar.
En esta fecha propicia, abramos el corazón y si se puede, con responsabilidad y mesura, también la cartera. Pero, sobre todo, no olvidemos regalar afecto, regalar amor. Ese que tanto necesita la humanidad.
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