I.- Era la madrugada del viernes pasado.
Poncho jaló hacia él la mano de su amada Elsa Martha y su corazón paró para abrazarse a un instante infinito, en el cual, su cuerpo polvo de estrellas se difuminó en el universo; para pensar con ánimo rulfiano:
“Allá arriba un cielo azul y detrás de él tal vez haya canciones; tal vez mejores voces…
Hay esperanza, en suma.
Hay esperanza para nosotros, contra nuestro pesar».
Me pregunto, en igual tesitura: ¿cómo ese corazón sabe la distancia de nosotros a ese cielo azul y acorta sin preguntar las veredas para llegar a él?
II.- Esa madrugada, con su muerte, perdí la capacidad de expresar con palabras mis sentimientos.
El lenguaje una vez más fue superado por la realidad más entrañable del dolor humano.
Los resortes de mi pena se soltaron como remolino para dibujar una imagen que rebasa los límites de la palabra: Sí pudiera alzar mi corazón -rojamente inmenso- sobre un lago transparente; tan claro, que los rayos del sol pudieran verse descansar en sus profundidades.
Si pudiera alzar mi corazón -rojamente inmenso- sobre ese lago rodeado de bosques verdes y majestuosas montañas gris acero.
Si pudiera alzar mi corazón -rojamente inmenso- lo arrojaría sobre ese lago, para que al caer y sumergirse, sólo fuera escuchado como eco de la naturaleza.
En ese momento, sus círculos concéntricos determinarían la cercanía de mis afectos y Poncho estaría en el primero de ellos.
Entre los pocos que lo habitan por méritos labrados desde la resiliencia del entrañable afecto que florece inmenso a lo largo de la vida.
Si. Mi Poncho está entre los más cercanos a mi corazón.
III.- Imposible no agradecer el germinar de su vida, que me incluyó, para abrirme su corazón incondicional.
Mi Poncho puede estar tranquilo, él trajo luz, como lo precisa la sabiduría del Talmud, “a este mundo, no como fuente, sino como un prisma que fluyó a través de él”.
Y por ello su espíritu poliédrico tocó a tantos seres humanos y de distintas maneras a través de la sabiduría de su corazón.
Descansa en Paz, amigo.
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