Marco Antonio es el hijo mayor de Josefina y Chano; nacido en el estado norteño de Chihuahua, Toño, como lo conocemos, al nacer era un niño blanco con pelo rizado y muy bonito y con el paso del tiempo se convirtió en el consentido de Josefina.
Josefina contaba que cuando Toño tenía pocos días de nacido estaba acostadito sobre una cobijita junto a una pared que tenía un travesaño donde colocaban un jabón de baño, Chano al regresar de trabajar y preparándose para comer tomó el jabón, se lavó las manos y colocó el jabón mojado en el travesaño, el jabón resbaló y cayó en la mera frente de Toñito.
“Es que tú no lo querías”, le recriminaba Josefina a Chano cada vez que una oportunidad se presentaba y le recordaba el golpe del jabón en la frente, diciéndole además que lo había hecho a propósito, cosa que Chano negaba de forma reiterada y se reía.
El tiempo pasó, Toño se logró y el destino nos llevó al sur de la República; en un poblado llamado Unión Hidalgo, en el Estado de Oaxaca, Chano y Josefina que acostumbraban a criar animales de granja, como gallinas, guajolotes, cerdos, palomas y patos, los cuales formaban parte de la dieta familiar. Decidieron rentar una casa con un patio interior de buen tamaño que les permitiera no solo criar, sino incrementar el número de ejemplares y poder hacer negocio.
Cuando los patos tuvieron crías y estas crecieron, Josefina dijo que ya eran muchos y nos pidió que agarráramos los patos y los lleváramos a vender al mercado sobre ruedas que cada fin de semana se montaba a un costado de las vías del ferrocarril, a ese mercado arribaban grandes carretas tiradas por bueyes y otras no tan grandes tiradas por grandes chivos, lo que siendo niños nos causaba mucha curiosidad.
Los patitos iban amarrados en parejas y más rápido que en lo que canta un gallo los vendimos todos y regresamos a casa felices con el dinero obtenido. Josefina se alegró y nos dijo: “Agarren al pato viejo y lo matan, nos lo vamos a comer”, lo correteamos por todo el patio y después de un buen rato y bastante cansados logramos atraparlo.
Yo le agarré las patas y Toño le empezó a torcer el pescuezo, y cuando lo soltaba pensando que ya el pato estaba muerto, éste desenrollaba el pescuezo y nos pelaba los ojotes… iniciábamos el proceso pero no logramos matarlo. Más tarde llegó Chano y con certero machetazo le cortó la cabeza, comimos un delicioso pato guisado con el buen sazón de Josefina.
En ese tiempo y quizá hoy también, porque en el Istmo de Tehuantepec son muy tradicionalistas, en la Escuela Unión Hidalgo Oaxaca, las clases las daban en lengua zapoteca, y por supuesto que nosotros no entendíamos absolutamente nada, pero poco a poco nos hicimos de amiguitos que nos enseñaron algunas palabras y los números del 1 al 10: Tobi, chupa, chona, tapa, gayu, chopa, gache, chono, ga y chi, sino se escriben así al menos así suenan.
En Unión Hidalgo Oaxaca, en segundo de primaria también tuve mi primera pelea, pero esa es otra historia.
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Juan Carlos Guzmán
Nacido en Mapimí, Durango, se desempeña en áreas administrativas privadas y públicas. Sus pasiones: La familia, viajar, caminar en el campo y correr.
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