La Orden de Predicadores –o Dominicana– fundada por Domingo de Guzmán en 1215, recibió el sobrenombre de Domini Cannes (Perros del Señor). Y como auténtico guardián de la Iglesia (pueblo de Dios) se ha comportado el dominico Raúl Vera López, según el siguiente texto de Javier Mariscal (Espacio 4, 633).
“Con 44 años de sacerdocio, 31 de vida episcopal y casi dos décadas como Obispo de la Diócesis de Saltillo, Raúl Vera López, se ha convertido en un símbolo de la defensa de los derechos humanos, en particular de los sectores más vulnerables. No solo de Coahuila, sino de México y de Centroamérica. Más que una afrenta, la personalidad de fray Vera es la némesis de la discriminación, el machismo y el clasismo que imperan en el país, coinciden activistas que trabajan a su lado.
“Formado bajo los preceptos de la Teología de la Liberación, su discurso a favor de los trabajadores, de la diversidad sexual y de los desposeídos incomoda a los poderes públicos, a parte del empresariado y genera rechazo entre los grupos más conservadores.
“‘Queremos un Obispo católico’, piden mantas colgadas en la Catedral por sus detractores, quienes lo acusan de utilizar su rango religioso para empoderar el activismo social. Se trata de lonas anónimas que revelan la hipocresía de una sociedad acostumbrada a ‘tirar la piedra y esconder la mano’, lo que contrasta con la actitud de un Obispo que siempre da la cara y se convierte en la voz de quienes más lo necesitan.
“Su trayectoria siempre ha estado ligada a la justicia social. En la Diócesis de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, fue Obispo coadjutor con monseñor Samuel Ruiz, en el momento más álgido de la lucha indígena. En marzo del 2000, cuando fue nombrado Obispo de Saltillo, muchos pensaron que se apaciguaría su ‘apostolado social’, pero aquí encontró más trincheras desde dónde luchar. Al momento de su arribo, cuando la Diócesis de Saltillo ocupaba todo el territorio estatal, excepto la Región Laguna, en Piedras Negras lo recibieron con una manta que rezaba: ‘Bienvenido a tierra de migrantes’.
“Inmediatamente su espíritu de lucha por la dignidad de las víctimas, su obsesivo compromiso por la justicia, le hicieron alegrarse al ver que aquí había nuevos horizontes hacia los cuales dirigir su visión en pro de los derechos humanos”, dice a Espacio 4 el sacerdote Pedro Pantoja Arreola.
“La alegría fue mutua, comenta, pues aquí ya había un cierto camino andado en esa lucha. La Casa del Migrante de Piedras Negras fue la primera del país en ser administrada por sacerdotes y un obispo diocesano, pues las otras tres de entonces (Tijuana, Tapachula y Ciudad Juárez) habían sido fundadas por religiosos calabrinianos.
“Recuerdo perfectamente sus palabras al formalizar la inauguración de la Casa del Migrante en Piedras Negras: ‘Este es un momento realmente grande para mi vida episcopal’, rememora Pantoja, director de la Casa del Migrante de Saltillo. Él sí lucha por las causas, no solo las denuncia, con todo y las complicaciones que eso implica en estos tiempos de complejidad migratoria, con Donald Trump como presidente de Estados Unidos, Mandatario cuyos esfuerzos en realidad no frenan el flujo de migrantes, solo hacen más cruenta su travesía”, agrega.
“La personalidad del señor Vera es la de un profeta de la solidaridad. Es un pastor que se sumerge a comprender la historia de las víctimas para poder llevarlos a un camino de esperanza y respuesta a sus necesidades, y esto lo une a un compromiso evangélico social realmente fuerte en el camino de un Cristo comprometido contra la injusticia y la desigualdad social”, concluye.