Por Si Acaso MX
Suelo correr y acelerarme hasta el cansancio todos los días para –según yo- tener todo en orden y en santa paz, así sea la casa, ropa, comida… y claro, con mi familia.
Pero es que ¿quién me manda creer que, en los temas de la casa, todo se tiene que hacer todos los días?
Justamente esas “creencias” las tuve que quitar de mi cabeza hace poco… muy poco. Cambiar ese obsesivo chip de querer tener la casa súper limpia y ordenada a diario, el cesto de la ropa sucia completamente vacío y toda la ropa doblada o planchada, estaba siendo algo muy complicado no solo física y mental, sino emocionalmente.
Para mí, ver alguna serie o descansar, era sinónimo de ser floja, “dejada”, desorganizada… jamás lo pensé como una forma de cuidarme o consentirme y claro está, de pasar ratos padres con mi esposo y nuestros hijos. Aclaro que me pasaba al estar en casa (yo, muy mal), pues cuando salimos algunos fines de semana, disfrutamos mucho esos momentos.
Eso de perderle el hilo –o quizá nunca agarrarlo realmente- a alguna serie por estar pensando en que ya se había completado una tanda de ropa negra y levantarme a prender la lavadora no es algo para nada normal… y menos en sábado por la tarde o domingo al amanecer (soy de emociones fuertes y mis tuiter-amigas saben que los uniformes los lavo los domingos en la noche #ustedessabenquienesson jajaja).
Y claro que como mamás traemos –supongo- ese instinto del orden y la limpieza, pero de eso, a que se conviertan en prioridad, es que algo no está del todo bien. Tampoco trato de sufrir, tirarme al piso y cortarme las venas… no, solo trato de reconocer que lo que yo consideraba un buen hábito, o una forma de mantener mi vida en orden, no lo era, o al menos no de la manera que siempre creí.
Por supuesto que desde un tiempo para acá, tuvimos que planear de otra forma los días, sobre todo cuando no contamos con una ayuda extra. Entre todos hemos tratado –porque aún estamos en el proceso- de organizarnos mejor.
Bien me lo dice él, aquí no se trata de decir que “ayudan”, sino de lograr que lo hagan por gusto (sueño guajiro, lo sé), por ser empáticos, acomedidos, considerados pero sobre todo, por ir formándoles un hábito (aunque aún les valga queso cuando les decimos que es “por su bien”).
Y es que, aceptémoslo, a veces las mamás nos negamos a recibir ayuda –yo era de esas- y queremos sentirnos la mujer maravilla mezclada con los poderes del Demonio de Tasmania y recorrer la casa en tres segundos y quede de revista.
Para empezar, ni somos la Mujer Maravilla, ni el demonio de Tasmania –bueno, solo a veces, jajaja-, ni la casa se va a caer en pedazos si un día no trapeamos. Lo que importa realmente es el enfoque que le damos a este tema: inculcarles los buenos hábitos de organización, orden, limpieza y por supuesto, de alimentación (aunque en la primera descuidada corren por un jocho).
Este tema surge porque desde hace más o menos unos cuatro años, comencé a hacer pequeños cambios, sobre todo en la cocina. He leído muchísimos artículos sobre comida saludable, cambio de hábitos y –como ya se pudieron dar cuenta- de recetas.
Y claro que todo este mundo “healthy” me encanta y disfruto cocinar nuevas recetas cada día, pero algo estaba fallando: hace muy poco reconocí (pues cientos de veces lo había leído y escuchado) que los verdaderos cambios deben ocurrir primero desde el interior.
De nada sirve que no tome un trago de Coca-Cola desde hace casi seis años porque un médico literal, me obligó a hacerlo, si vivo histérica porque no me alcanzó el tiempo para lavar los baños o porque no terminé de lavar toda la ropa.
Cuidarme, quererme y consentirme es definitivamente la clave para estar bien y claro, que los míos también lo estén, lo estoy comprobando.
Aprender a delegar responsabilidades, quitarme la máscara y la capa de heroína, fluir y disfrutar cada momento con ellos, pero sobre todo originar y lograr un cambio desde mi interior, alimentar no solo mi cuerpo, sino nutrir mis emociones, es ahora algo así como mi propósito de fin de año. Porque aún estoy a tiempo, ¿no?
Nunca es tarde para reconocer, cambiar y adaptar, si el verdadero motivo es el amor… el amor propio. Es justo allí de donde nace la entrega hacia los demás, hacia los míos.
Y porque no estás sola, no me dejes sola en este camino al bienestar. Cada sábado, en este mismo espacio, compartiré los pequeños grandes cambios que he aplicado en estos años.